ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XV del tiempo ordinario Leer más

Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Homilía

El Evangelio nos presenta a Jesús en el mar de Galilea que se ve obligado a subir a una barca a causa de la numerosísima muchedumbre que se había reunido a su alrededor. Y narra una parábola importante. Caso raro en los Evangelios, la explica él mismo. El sentido de fondo de la parábola está claro: hay que vivir escuchando el Evangelio y no la presunción de cada uno. El sembrador sale para sembrar y tira las semillas generosamente. Parece no preocuparse de elegir el terreno, pues muchas semillas se pierden. Solo las que caen en tierra buena dan fruto. Jesús, aunque no lo dice, se compara al sembrador. Es suya, típicamente suya, y no nuestra, la generosidad al tirar las semillas. Aquel sembrador no es un comedido calculador; y, además, parece depositar confianza incluso en aquellos terrenos que son más un camino o un amasijo de piedras que una tierra arada y disponible. Pero aun así, el sembrador tira allí la semilla y espera que prenda. Todo el terreno es importante para el sembrador. En efecto, no hay partes de la tierra que no considere dignas de atención. Ninguna porción queda descartada. El terreno es el mundo, también aquella parte de mundo que es cada uno de nosotros. No es difícil reconocer en la diversidad del terreno la complejidad de las situaciones del mundo y las de cada uno de nosotros. Jesús no quiere dividir a los hombres y las mujeres en dos categorías, los que representan el terreno bueno y los que representan el terreno malo.
Cada uno de nosotros contiene todas las diversidades de terreno que se citan en el Evangelio. Tal vez un día somos más rocosos y otro, menos; otras veces, acogemos el Evangelio pero luego nos dejamos sorprender por la tentación; y en otro momento, escuchamos y damos fruto. Una cosa es cierta para todos: hace falta que el sembrador entre en el terreno, are la tierra, quite las piedras, arranque las malas hierbas y tire abundantemente las semillas. El terreno, tanto si es rocoso como si es bueno, prácticamente no importa, debe acoger la semilla, es decir, la Palabra de Dios. La Palabra de Dios siempre es un don. Pero aun viniendo de fuera, entra tan profundamente en el terreno que se convierte en una sola cosa con la tierra. Nuestras manos, acostumbradas tal vez a tocar cosas que consideramos de gran valor, tienen poco en cuenta esta pequeña semilla. ¡Cuántas veces hemos creído que eran más importantes nuestras tradiciones y nuestras convicciones respecto a la débil y frágil palabra evangélica! No obstante, al igual que la pequeña semilla contiene toda la fuerza que llevará a la planta futura, también la palabra evangélica contiene la energía que crea nuestro futuro y el futuro del mundo. Lo importante es no irle en contra. El profeta Isaías escribe: "Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar... así será mi palabra, la que salga de mi boca: no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié" (Is 55, 10-11).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.