ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 11,28-30

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Son pocos versículos, pero están llenos de aquella compasión de la que oímos hablar al inicio de la misión pública de Jesús, como escribe el propio Mateo: "Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor" (9,36). Él, como si quisiera sintetizar toda su acción salvífica, llama consigo a todos aquellos que están cansados y abatidos por la vida: el publicano al que llamó a seguirlo, el pequeño grupo de hombres y mujeres que lo han elegido como Maestro, las muchedumbres vejadas y abatidas de ayer que finalmente pueden encontrar un pastor, las más numerosas de hoy que tienen grandes dificultades por encontrar a alguien que se ocupe de ellas, las oprimidas por el desmesurado poder de los ricos, las que sufren la violencia de la guerra, del hambre y de la injusticia. Sobre todas estas muchedumbres hoy resuenan las palabras del Señor: "Venid a mí, y yo os daré descanso". Y nosotros tenemos que ser su voz. Sí, las comunidades cristianas de hoy, esparcidas por toda la tierra, deberían repetir estas mismas palabras de Jesús a las muchedumbres que necesitan ayuda y consuelo: "Venid a mí, y yo os daré descanso". Pero ¿eso pasa? ¿No pasa más bien que en ocasiones somos mudos, tal vez porque estamos preocupados solo por nuestras cuestiones internas? Es evidente a ojos de todo el mundo que aquella invitación de Jesús es muy necesaria. Es necesaria una nueva audacia, una audacia que puede nacer solo de un corazón similar al de Jesús. Evitemos cerrarnos en nosotros mismos, intentemos que no nos domine nuestra autorreferencialidad. Y con más valentía demos muestra con las palabras y con los hechos de la extraordinaria -y única- misericordia de Jesús. El "descanso" del que habla el Evangelio no es otro que el mismo Jesús: descansar sobre su pecho y alimentarse de su Palabra. Jesús, y solo él, puede añadir: "Tomad sobre vosotros mi yugo". No habla del "yugo de la ley", el duro yugo impuesto por los fariseos. El yugo del que habla Jesús es el Evangelio, exigente y suave al mismo tiempo, como él mismo. Por eso añade: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón". Aprended de mí: es decir, haceos discípulos míos. Lo necesitamos nosotros; y sobre todo lo necesitan las numerosas multitudes de este mundo que esperan escuchar todavía la invitación de Jesús: "Venid a mí, y yo os daré descanso".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.