ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Fiesta de María del Monte Carmelo, venerada como Virgen del Carmen. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo

Fiesta de María del Monte Carmelo, venerada como Virgen del Carmen.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 12,14-21

Pero los fariseos, en cuanto salieron, se confabularon contra él para ver cómo eliminarle. Jesús, al saberlo, se retiró de allí. Le siguieron muchos y los curó a todos. Y les mandó enérgicamente que no le descubrieran; para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: He aquí mi Siervo, a quien elegí,
mi Amado, en quien mi alma se complace.
Pondré mi Espíritu sobre él,
y anunciará el juicio a las naciones.
No disputará ni gritará,
ni oirá nadie en las plazas su voz.
La caña cascada no la quebrará,
ni apagará la mecha humeante,
hasta que lleve a la victoria el juicio:
en su nombre pondrán las naciones su esperanza.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús acaba de curar en la sinagoga -en sábado- a un hombre que tenía la mano paralizada. Los fariseos ya no tienen dudas y se reúnen para preparar un plan que lleve al asesinato de Jesús. Hay que hacerle callar sea como sea. Jesús se da cuenta y se aleja retirándose a un lugar apartado. No lo hace para estar tranquilo. De hecho, cura a todos los enfermos que le llevan. Lo que no quiere es hacerse ver. No ha venido entre los hombres para que le alaben y admiren, como a veces están tentados de hacer los discípulos, siguiendo de ese modo la actitud de los fariseos. Jesús ha venido para servir a todos salvándonos así de la esclavitud del diablo y del pecado. Y, con una larga cita de Isaías, se presenta precisamente como "siervo", un siervo bueno, humilde; no como un hombre fuerte o un poderoso al estilo de los poderosos de este mundo. Jesús, en efecto, no pone en marcha acciones políticas o empresas económicas para salvar al mundo del mal. Su trabajo es mucho más profundo: el mal debe erradicarse en profundidad, desde sus raíces que están firmemente clavadas en el corazón de los hombres. Por eso afirma que él "no disputará ni gritará", no "quebrará la caña cascada ni apagará la mecha humeante". El camino para cambiar el mundo es ayudar con atención y misericordia a levantarse a quien está echado en el suelo, a curar con prontitud las heridas de quien está herido, a reanimar a quien está abandonado, a inclinarse sobre todos para que se haga realidad la justicia de Dios. El camino del Siervo es el camino del mismo Dios, el camino del amor de rebajarse, que llega incluso a lavar los pies, a morir para salvar a los demás. Es el camino que Jesús indica a sus discípulos de todos los tiempos. Es el camino que llega hasta el corazón, para cambiarlo, para curarlo. El cambio del mundo empieza por el cambio del corazón. La Iglesia y los cristianos están llamados a trabajar en esa perspectiva.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.