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Vigilia del domingo
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Vigilia del domingo

Recuerdo de san Antonio de las cuevas de Kiev (+ 1073). Padre de los monjes rusos, junto a san Teodosio, está considerado el fundador del Monasterio de las cuevas. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo

Recuerdo de san Antonio de las cuevas de Kiev (+ 1073). Padre de los monjes rusos, junto a san Teodosio, está considerado el fundador del Monasterio de las cuevas.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 13,24-30

Otra parábola les propuso, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?" El les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Dícenle los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?" Díceles: "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero."»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La parábola de la cizaña se narra solo en el Evangelio de Mateo y contiene algunos puntos que recuerdan a la del sembrador que se narra inmediatamente antes. Jesús esta vez subraya que se ha sembrado "buena semilla" en el campo. Es un juicio claro sobre la bondad de la Palabra que es comunicada en el corazón de la gente, en el campo de la historia. Pero por desgracia, mientras los siervos dormían -y eso debería hacernos reflexionar, en vista de la facilidad con la que nos distraemos del bien común para pensar en nosotros mismos-, un enemigo siembra cizaña en el mismo campo en el que el sembrador había echado la buena semilla. Así pues, en aquel campo había tanto cizaña como trigo. Cuando empiezan a crecer, y puesto que la cizaña se parece a los tallos del trigo, no se aprecia la diferencia. Ambos crecen y, se podría decir, se fortalecen. Pero cuando las dos plantas ya están en un estado avanzado de crecimiento se ve la diferencia. La aparición del fruto y sobre todo la tipología de las espigas desvelan las diferencias. ¿Cómo no pensar en la presencia al mismo tiempo en el mundo y en el corazón de cada hombre tanto del bien como del mal? No pensemos ni lo apostemos todo a un campo "puro" de toda mancha. Vuelven a la memoria las palabras de Jesús a aquel hombre que, poniéndose de rodillas delante de él, le dijo: "Maestro bueno". Jesús le contestó: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino Dios" (Mc 10, 17). El misterio de la historia -sugiere esta página evangélica- también conoce el misterio del mal. La sorpresa de los campesinos de la parábola al ver que había tanta cizaña en el campo es una enseñanza también para cada uno de nosotros: no tenemos por qué sorprendernos tanto por la presencia del mal en el mundo o en nosotros. Obviamente, eso no significa ni justificar su presencia ni aún menos tolerarlo pasivamente, de manera resignada. No es eso lo que quiere decir Jesús. El propietario del campo, en efecto, parece ser mucho más sabio que los campesinos. Él reconoce inmediatamente la obra del maligno. ¿No deberían haberse interrogado los campesinos sobre el porqué de tan escasa vigilancia? El mal no prende por casualidad. Es obvio que si el enemigo encuentra a los creyentes acomodados en sus cosas, hará lo que sabe hacer, es decir, el mal, sembrando maldad. La reacción del propietario que invita a los siervos a no empezar a arrancarlo todo es muy sabia y es especialmente importante en nuestros días. No se trata ni de resignarse al mal ni de ceder a una especie de fundamentalismo puritano. Hace falta mucha sabiduría. Debemos comprender y gestionar el mal, que está presente en nuestro corazón y en la historia de los hombres. Es indispensable que estemos atentos para escuchar cada día el Evangelio y para alejar el mal de nosotros y de este mundo. Pero no debemos olvidar que el Señor es el verdadero juez de la historia y de cada persona. Esta página nos ayuda a levantar la mirada hacia el Señor y a mirar hacia los demás con sabiduría, paciencia, tolerancia y un gran amor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.