ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Homilía

Con el Evangelio de este domingo se cierra la serie de parábolas que encontramos en el capítulo 13 de Mateo. El evangelista, se podría decir, quiere subrayar la situación tras el durísimo enfrentamiento de Jesús con el judaísmo (11 y 12) y antes de que se consume la ruptura con el rechazo en "su patria", que cierra precisamente el capítulo 13. Las tres parábolas del pasaje de hoy (13, 44-52) son como una insistente invitación a quien escucha para que decida sumarse al misterio del Reino de los Cielos, realidad muy preciosa. Jesús lo compara con un tesoro, una perla rarísima. Las imágenes de las parábolas provienen de la tradición veterotestamentaria. El libro de la sabiduría escribe: la Sabiduría "es un tesoro inagotable para los hombres, y los que la adquieren se granjean la amistad de Dios" (7, 14). Y en el libro de los Proverbios se lee: "Si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia; si la buscas como al dinero y la rastreas como a un tesoro, entonces comprenderás el temor del Señor" (2, 3-5). Las dos primeras parábolas, aunque retoman la tradición sapiencial, no destacan el descubrimiento del tesoro y la búsqueda de la perla preciosa, sino más bien la decisión del campesino y del mercader de venderlo todo para centrarse en lo que han descubierto. En el primer caso se trata de un campesino que casualmente encuentra un tesoro escondido en el campo en el que está trabajando. Como el campo no es suyo, debe comprarlo si quiere quedarse con el tesoro. De ahí la decisión de arriesgar todos sus bienes para no perder aquella ocasión realmente excepcional. El protagonista de la segunda parábola es un rico mercader de joyas que, como experto conocedor, ha detectado en el bazar una perla de raro valor. También él decide apostarlo todo por aquella perla, hasta el punto de que vende las demás. Ante estos descubrimientos, en ambos casos inesperados, la decisión es clara y firme. Sin duda se trata de vender todo lo que se tiene, porque la compra no tiene parangón. Se pide un "sacrificio", como por ejemplo sugiere el Evangelio en el episodio del joven rico, pero el beneficio es enormemente superior. El "Reino de los Cielos" vale ese sacrificio. Además, ¡cuántas otras veces estamos dispuestos a venderlo todo, incluso el alma, para conseguir lo que nos interesa! La cuestión es si realmente nos interesa el Señor y su amistad, y si somos capaces de comprender la alegría y la plenitud de vida que se nos presenta "inesperadamente", del mismo modo que se presentaron inesperadamente el tesoro a aquel campesino y la perla a aquel mercader.
El comentario de san Juan Crisóstomo a este pasaje evangélico es espléndido: "Con estas dos parábolas, nosotros aprendemos no solo que debemos despojarnos de todas las demás cosas para abrazar el Evangelio, sino también que lo tenemos que hacer con alegría. Aquel que renuncia a lo que tiene, debe estar convencido de que es un negocio, no una pérdida... Efectivamente, aquellos que poseen el Evangelio saben que son ricos". La riqueza para los discípulos no consiste en poseer cosas sino en ser amigos de Dios. Eso es lo que nos sugiere la decisión del joven Salomón que leemos en la primera lectura (1 R 3,5.7-12). En el momento de asumir la máxima responsabilidad frente al pueblo, le pide a Dios no una vida larga ni las riquezas de este mundo, sino un corazón atento a su voluntad "para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal". La última parábola se inspira en la pesca: la captura de peces y su selección a orillas del mar. Recuerda a la parábola de la cizaña: el bien y el mal están mezclados mientras dura este mundo; solo al final, Dios separará el bien del mal. Será una división que afectará a cada uno de nosotros porque nadie puede afirmar que no tiene pecado. Lo importante no es jactarse de la justicia que tenemos, sino de la amistad de Dios que se acerca no a los sanos sino a los enfermos, que va a buscar no a justos sino a pecadores. Hacer crecer dentro de nosotros y a nuestro alrededor la amistad de Dios es la gran decisión que nos pide tomar esta página evangélica: ese es el tesoro por el que vale la pena venderlo todo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.