ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de Maria, enferma psíquica que murió en Roma. Junto a ella recordamos a todos los enfermos psíquicos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de Maria, enferma psíquica que murió en Roma. Junto a ella recordamos a todos los enfermos psíquicos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 13,36-43

Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo.» El respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Los discípulos, una vez de vuelta a casa, le piden a Jesús que les explique la parábola de la cizaña. Hay un momento de intimidad entre Jesús y los discípulos en el que es más fácil pedir y confiar. Podemos asimilar esos momentos a los que cada comunidad vive cuando se reúne en la oración común. Jesús está presente allí donde se reúnen dos o tres en su nombre. Escuchar en común la Palabra de Dios tiene un valor y una gracia particular, que proviene, precisamente, de esta presencia que Jesús garantizó. Tiene, pues, una responsabilidad particular tanto aquel que hace la oración como quien la escucha y se une a ella: se hace realidad esta escena evangélica. Jesús, con los discípulos reunidos, les explica la parábola casi palabra por palabra, imagen por imagen, para que no quede ningún punto oscuro del Evangelio. Es ese el significado de aquella relación de amistad que subraya especialmente Juan cuando, por ejemplo, Jesús dice a sus discípulos: "No os llamo ya siervos... porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15, 15). La amistad con Jesús permite entrar en lo profundo del sentido del Evangelio. Eso es lo que pasó en aquella ocasión. Jesús les explica a los discípulos que la semilla buena y la cizaña, de la que han hablado en la parábola, crecen juntas. No hay campos separados, como en una división maniquea: los buenos por una parte y los malos por la otra. La cizaña, el mal, está presente en el mundo y en el corazón de los creyentes, y también en la misma comunidad de discípulos. El bien y el mal viven en todos los pueblos, en todas las culturas, en todas las comunidades y en todos los corazones. Luego Jesús se desplaza al momento del juicio, cuando llega la siega. Y mientras a lo largo de la historia se vive el momento de la paciencia, a su término habrá el momento del juicio y de la separación. Pero en el corazón del Señor siempre hay la esperanza de que la cizaña se pueda transformar en trigo, y de eso somos todos responsables. Hace falta que los creyentes se comprometan a cambiar aquella parte de cizaña que hay en ellos, y a transformar la que hay en el corazón de los demás.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.