ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Homilía

El Evangelio de este domingo dieciocho narra la primera multiplicación de los panes en Mateo (14, 13-21). Este episodio es narrado hasta seis veces en los Evangelios (dos en Mateo y Marcos y una en Lucas y Juan). Evidentemente impactó mucho a la comunidad de los primeros discípulos, hasta el punto de que forma parte de aquellas pocas páginas evangélicas comunes a los cuatro evangelios. De ellas podemos decir que sintetizan la misión misma de Jesús. Ya al inicio de la narración nos sorprende la ternura y la compasión del profeta de Nazaret. Tras haber tenido noticia del asesinato del Bautista, se retira al desierto. La muerte del Bautista es una señal peligrosa también para él. Pero la gente continúa siguiéndolo, lo sigue muy de cerca. Esta vez, después de haber subido él a la barca, la gente se apresura hacia la otra orilla, donde el Maestro atracará más tarde. Así, al llegar a la orilla, Jesús ve a toda aquella muchedumbre. Es gente inquieta, exhausta a causa del cansancio; es gente que, sobre todo, busca a un pastor que se ocupe de ella. El corazón de Jesús, tal como ha sucedido muchas otras veces, no resiste a la conmoción: cura a enfermos que le presentan y luego, como de costumbre, se detiene con ellos y se pone a hablar y a enseñar. Hasta la noche. Todos le escuchan. Cabe destacar que aquella muchedumbre no carecía de pan; carecía en realidad de palabras verdaderas sobre su vida, sobre su destino, carecía de alguien que se inclinara ante ellos y ante sus enfermos. Por eso se quedó todo el día al lado de Jesús para escucharlo. En esta escena podemos descubrir el icono de lo que dice Jesús: "No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". Aun así, el Señor sabe que el hombre también vive de pan. En otra parte del Evangelio había exhortado: "No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis... buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6, 25-34). Es precisamente lo que sucede en este pasaje de la multiplicación de los panes. Los discípulos, sin embargo, que creen que son más solícitos que Jesús, hacia última hora de la tarde lo interrumpen: "El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida". Es un comportamiento normal, o incluso casi atento. Pero Jesús rebate: "No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer". En estas palabras hay una invitación a la responsabilidad de cada uno, contra la bien arraigada costumbre de decir: "¡que cada uno piense en sí mismo!" (eso es lo que pensaban los discípulos en este caso), o bien "¡que piensen en ellos las autoridades constituidas!". El Señor pide a sus discípulos un comportamiento totalmente distinto. Hay que despedir a aquella muchedumbre. Son ellos, los discípulos, los que deben ayudarla. El Señor sabe que los discípulos tienen poco en sus manos: apenas cinco panes y dos peces; nada para cinco mil hombres. Aun así los discípulos deben responder y no decir a nadie que se vaya. El milagro empieza cuando ponemos con confianza la debilidad en las manos del Señor. Él la multiplica. La pobreza se convierte en abundancia. Los milagros, de hecho, muchas veces quedan bloqueados por la avaricia de las personas y de las naciones. Mucha gente sufre hambre y muere, no por la falta de alimentos, sino porque las personas y las naciones lo malgastan y lo destruyen por su avaricia. En este pasaje evangélico se ve claramente que el milagro es obra del Señor, pero él no lo lleva a cabo sin la ayuda de los discípulos. Necesita nuestras manos, aunque sean débiles; necesita nuestros recursos, aunque sean modestos. Si todos están en manos del Señor, se convierten en fuerza y riqueza. Ese es, entre otros, el sentido de los doce canastos llenos de pan y de peces que habían sobrado: a cada discípulo, a cada uno de los doce, se le entrega uno de estos canastos para que sienta la grave y dulce responsabilidad de repartir aquel pan que la misericordia de Dios ha multiplicado en sus manos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.