ORACIÓN CADA DÍA

Fiesta de la transfiguración
Palabra de dios todos los dias

Fiesta de la transfiguración

Fiesta de la transfiguración del Señor en el monte Tabor. Recuerdo de Hiroshima, la primera bomba atómica. Recuerdo del papa Pablo VI, que murió en 1978. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Fiesta de la transfiguración

Homilía

El monte de la transfiguración, que la tradición posterior identificó con el Tabor, se presenta como imagen de todo itinerario espiritual. Podemos imaginar a Jesús llamándonos a nosotros para llevarnos con él al monte, tal como hizo con los tres discípulos más amigos, para vivir con él la experiencia de la comunión íntima con el Padre; una experiencia tan profunda que transfigura el rostro, el cuerpo e incluso los vestidos. Algún estudioso sugiere que el relato narra una experiencia espiritual que vivió sobre todo Jesús: una visión celestial que produjo una transfiguración en él. Es una hipótesis que nos permite entender más profundamente la vida espiritual de Jesús. A veces olvidamos que también él tuvo su itinerario espiritual, como subraya el mismo Evangelio: "crecía en sabiduría, en estatura y en gracia". Sin duda alguna no faltó en él la alegría por los frutos de su ministerio pastoral, del mismo modo que tampoco se libró de las ansias y las angustias sobre cuál era la voluntad del Padre (a este respecto, Getsemaní y la cruz son los momentos más dramáticos). En definitiva, no todo estaba previsto y programado para él. También Jesús experimentó el esfuerzo y la alegría de un camino. Jesús, al igual que Abrahán, Moisés, Elías y todo creyente, también tuvo que recorrer la subida al monte. También él sintió la necesidad de "subir" hacia el Padre, de reunirse con Él. Es cierto que la comunión con el Padre era toda su vida, el pan de sus días, la sustancia de su misión, el corazón de todo lo que era y hacía; pero tal vez Jesús necesitaba también momentos en los que esta relación íntima emergiera en su plenitud. Sin duda los necesitaban sus discípulos. Pues bien, el Tabor fue uno de estos momentos singularísimos de comunión, que el Evangelio amplía a toda la historia del pueblo de Israel, tal como demuestra la presencia de Moisés y Elías que "conversaban con él". Pero Jesús no vivió solo esta experiencia; quiso que estuvieran con él sus tres amigos más íntimos. Fue uno de los momentos más significativos para la vida personal de Jesús, y también para los tres discípulos y para todos los que se dejan acompañar en esa misma subida. En la tradición de la Iglesia ha habido muchas interpretaciones de este pasaje evangélico. Entre las más constantes está la que descubre en la vida monástica el reflejo de la Transfiguración, a causa de la radicalidad de la opción que comporta. Creo que podemos ver -o mejor dicho, vivir- la experiencia de la transfiguración también en la liturgia dominical a la que todos estamos llamados a participar. Durante la celebración vivimos, unidos a Jesús, el momento más alto de la comunión con Dios. Y precisamente durante la santa liturgia podemos repetir las mismas palabras de Pedro: "Señor, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas...". La liturgia del domingo es el momento espiritual más alto al que estamos todos llamados. Realmente no solo es el culmen de la semana sino también la fuente de los días siguientes. La misa, de algún modo, lo es todo. El resto es como una consecuencia. Cuando el Evangelio escribe que los tres miraron a su alrededor y solo vieron a Jesús nos indica que la misa, de algún modo, es todo cuanto necesitamos. Tiene tanta energía que después de habernos transformado nos hace capaces de cambiar incluso el mundo que nos rodea.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.