ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 19,13-15

Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos.» Y, después de imponerles las manos, se fue de allí.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Es una imagen hermosa y tierna, la de Jesús rodeado de niños. Los discípulos, que habían visto cómo llevaban hasta Jesús a numerosos enfermos, ahora ven cómo se congrega alrededor del Maestro una multitud de niños. No lo comprenden e intentan alejarlos. Evidentemente creen que es una molestia para Jesús que todos aquellos niños, que crean una cierta confusión, estén correteando alrededor de aquel singular Maestro. Pero Jesús los detiene, e incluso les riñe cuando ve que gritan a los niños: "Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como estos es el Reino de los Cielos". Y cuando los niños llegan hasta él, les impone las manos. Es decir, les protege, del mismo modo que protege y ayuda a todos los débiles y los indefensos. Vienen a la memoria los millones de niños abandonados, que mueren de hambre, o los que mueren por la guerra, o los que son explotados y sufren por la violencia también en las sociedades del mundo rico. Aquellos niños a menudo están solos y abandonados sin que nadie se ocupe de ellos y los proteja. Por desgracia a veces incluso llegan a ser agredidos física y psíquicamente por aquellos que deberían amarles y protegerles. Para Jesús son niños a los que hay que amar, custodiar y hacer crecer con gran atención. Son también algo más: un ejemplo que mirar con atención porque "de los que son como estos es el Reino de los Cielos". Los adultos deben aprender de los niños aquella simplicidad y apertura de alma que hacen falta para acoger el Reino de los Cielos, el mensaje evangélico. Es lo contrario del orgullo y de la autosuficiencia de los que los adultos a menudo nos vanagloriamos. Es una invitación para todos nosotros, para que acojamos con disponibilidad el Evangelio y nos inclinemos con mayor generosidad sobre los numerosos niños de hoy para que crezcan no en la escuela de la violencia y del amor solo para sí mismos, sino en la escuela del Evangelio del amor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.