ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 22,34-40

Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» El le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este pasaje evangélico se coloca en el clima de fuerte polémica entre Jesús y las distintas facciones adversas de Jerusalén. Jesús acaba de rebatir los argumentos de los saduceos en una polémica sobre la resurrección de los muertos. Derrotados los saduceos por las respuestas de Jesús, se presentan los fariseos. Es la violencia del mal que continúa poniendo a prueba a las generaciones cristianas para alejarlas de Dios y de las enseñanzas evangélicas. Los fariseos se organizan y una vez más ponen a prueba a Jesús. Y uno de ellos lo interroga sobre el corazón de la Ley: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?". La respuesta de Jesús es inmediata y clara: el amor hacia Dios y hacia el prójimo es el centro alrededor del que gira "toda la ley y los Profetas". Las corrientes religiosas del judaísmo habían codificado 613 preceptos, de los que 365 eran negativos y 248 eran positivos. Era una mole de disposiciones, aunque no todas del mismo valor. No obstante, quedaba claro cuál era el primero: "Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Dt 6, 45). También era conocido el precepto de amar al prójimo. La originalidad de la respuesta de Jesús no radica en recordar los dos, sino en vincularlos íntimamente hasta el punto de unificarlos. El mandamiento referente al amor del prójimo queda asimilado al primero y máximo mandamiento sobre el amor íntegro y total a Dios, en cuanto pertenece a la misma categoría de principio unificador y fundamental. Jesús afirma que el camino para llegar a Dios se cruza necesariamente con el que lleva a los hombres. De ese modo quedan derrotados de raíz tanto el apego farisaico a los preceptos como el espiritualismo ritual. El amor de Dios y el amor por el prójimo incluyen toda la Ley. Jesús, antes que nadie, observa ese doble mandamiento y es el ejemplo más alto al que podemos mirar para amar a Dios y al prójimo. Jesús no antepuso nada al amor del Padre, ni siquiera su vida. Lo dio todo por amor a los hombres, incluso su vida. Y los primeros a los que amó fueron los pobres y los débiles: los curó y los defendió. Sí, defendiéndoles a ellos se defiende a Dios. Juan, el evangelista, llega a decir que "nosotros hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos" (1 Jn 3, 14). Y no solo eso. Dios no parece ni siquiera competir con el amor por los hombres; en un cierto sentido no insiste en la reciprocidad del amor (es obvio que debe existir). Jesús, en efecto no pide: "Amadme, como yo os he amado"; sino: "Amaos como yo os he amado".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.