ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 24,42-51

«Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre. «¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien el señor puso al frente de su servidumbre para darles la comida a su tiempo? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. Yo os aseguro que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si el mal siervo aquel se dice en su corazón: "Mi señor tarda", y se pone a golpear a sus compañeros y come y bebe con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los hipócritas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La lectura del Evangelio de Mateo, que nos ha acompañado en este tiempo, termina el próximo sábado. Los pasajes evangélicos de los próximos tres días nos traen el discurso de Jesús sobre los últimos días. Nosotros -nos advierte Jesús- no sabemos ni el día ni la hora de esos acontecimientos. Por eso se nos pide que velemos. Es como una misión que el Señor confía a todos los creyentes. Jesús, para explicarlo, utiliza la parábola de la vigilancia, y dice que cada discípulo recibe una misión que debe llevar a cabo. No se nos encomienda esa misión para servirnos a nosotros mismos o para nuestra realización, sino más bien para hacer crecer a la comunidad de los creyentes. Es bueno recordar que el Señor no nos salva individualmente sino reuniéndonos en una familia, en un pueblo. En ese mismo sentido hay que entender la parábola que se nos ha anunciado. Jesús habla de la tarea de vigilar a los siervos para darles la comida. La vigilancia evangélica no es simplemente una espera vacía, ni un empeño en agitarse para ocuparse solo de uno mismo. La vigilancia de la que habla Jesús es la fidelidad atenta y laboriosa a la vocación que el Señor nos ha confiado, la vocación de guardar toda la casa, evitando la actitud tanto de aquel que es señor como la de aquel que se acomoda en la pereza y en la irresponsabilidad. Cada creyente, independientemente de la tarea que tenga en la casa, es responsable de los demás miembros de la casa. Y esa es la verdadera felicidad del discípulo, su verdadera realización, como dice Jesús: "Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así". Por desgracia, fácilmente prevalece en nosotros el egocentrismo que lleva a ajetrearnos por nosotros mismos y nuestras cosas, distrayéndonos de la vocación que el Señor nos ha confiado. Esta enseñanza evangélica nos previene de aquel individualismo religioso que se ha infiltrado en la mente de muchos creyentes y que empobrece la sustancia del Evangelio y debilita a la comunidad. Y un cristianismo individualista favorece las disputas y las incomprensiones, los abusos y las envidas, condenándonos de ese modo a nosotros mismos a la tristeza y a la insatisfacción de la que habla el Evangelio. Felices seremos nosotros si acogemos en el corazón la vigilancia del amor para que todos podamos ser acogidos, protegidos y defendidos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.