ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 4,38-44

Saliendo de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: «Tú eres el Hijo de Dios.» Pero él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo. Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero él les dijo: «También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado.» E iba predicando por las sinagogas de Judea.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Al salir de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Pedro. Allí le presentaron de inmediato a la suegra del apóstol que yacía en la cama, enferma. Se inclinó sobre ella, y conminó a la fiebre para que la abandonara. Y la fiebre la dejó, escribe el evangelista, y curó a la anciana mujer. Toda la vida de Jesús ha sido inclinarse hacia los pobres, los débiles, en este caso hacia una anciana. En ella vemos a los muchos ancianos que hoy se ven envueltos por la indiferencia y la maldad, y que se ven obligados a permanecer bloqueados en la tristeza y en la espera de un triste final. El Señor Jesús, inclinándose sobre aquella mujer, le devolvió el vigor, hasta el punto de que se levantó de la cama y se puso a servirle. El evangelista nos hace suponer que Jesús se quedó en aquella casa hasta el final del día, y luego indica que todos los que tenían enfermos los llevaron delante de la puerta de aquella casa. La casa de Pedro, que ya era también casa de Jesús, se había convertido en un punto de referencia para la gente de aquella ciudad, para llevarle a los débiles, a los pobres y a los enfermos. Todos iban a llamar a aquella puerta, con la certeza de que iban a ser escuchados. ¿Acaso no debería ser así en todas las parroquias? ¿No debería toda comunidad cristiana ser una verdadera puerta de esperanza para los que buscan consuelo y ayuda? ¿Acaso no debería ser así también para todos los creyentes? Por desgracia todavía estamos demasiado lejos de esta escena evangélica. Pero allí donde se produce, la comunidad cristiana revive la misma alegría de los discípulos al ver a hombres y mujeres curados por la fuerza del Evangelio y del amor. Tenemos que alejar de nosotros el escepticismo -tan racional- sobre los milagros. No tenemos que considerarlos solo como acontecimientos "milagrosos": los milagros se producen de muchos modos, y no solo los milagros del cuerpo. En los Evangelios, aunque solo se enumeran 35, a menudo se habla de "milagros, prodigios y señales" realizados por Jesús. Este poder fue concedido también a los discípulos. Por tanto, también a nosotros. De dónde viene la fuerza para cumplir los milagros nos lo dice la frase siguiente de Lucas. Tras el ocaso del día, hacia el alba, Jesús fue a un lugar solitario para rezar. De ahí nace su fuera. Es una gran enseñanza para todo creyente: dirigir la oración al Señor al alba significa orientar bien el día, recibir de Dios la fuerza para testimoniar su amor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.