ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 6,20-26

Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados.
Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegráos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas. «Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre.
¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción
y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La narración evangélica según Lucas nos trae hoy una de las páginas más significativas del Evangelio: las bienaventuranzas. Jesús tiene frente a sí no solo a los Doce, sino también a los discípulos, es decir, aquel grupo algo mayor de hombres y mujeres que lo seguían y la gente que corría a escucharle. Y toma inmediatamente la palabra para enseñarles. No pronuncia un discurso abstracto, no presenta una doctrina elevada que pasa por encima de la cabeza de la gente. Quiere indicar a aquellos discípulos cuál es su camino para alcanzar la felicidad. No es el mismo camino al que apunta la mentalidad corriente, que resulta ser falaz y engañoso. ¡Cuántas veces hemos experimentado en nosotros el fracaso de falsos mitos! Y vemos a nuestro alrededor a hombres y mujeres que buscan la felicidad por senderos que en realidad llevan a la destrucción de la vida. Jesús, impulsado por la compasión de Dios por los hombres, quiere indicar sin gastar muchas palabras su senda para caminar hacia la felicidad. Tiene suficiente con cuatro palabras, podríamos decir, cuatro bienaventuranzas. Anuncia a los pobres, a los hambrientos, a los abandonados y a los sedientos de justicia que Dios ha decidido estar a su lado. Por eso son "bienaventurados", porque son amados por Dios, que los considera sus preferidos. La proximidad de Dios y la de los discípulos es para los pobres una gran alegría, pues si hasta ahora estaban excluidos de la vida, ahora serán los privilegiados, los preferidos de Dios. Su bienaventuranza, su felicidad, obviamente no proviene de su triste y precaria situación de vida. En efecto, no es hermoso ser pobre, ni estar afligido, ni tener hambre, ni ser insultado. Ellos son bienaventurados porque Dios ha decidido estar con ellos antes que con los demás. Y Jesús lo demuestra en primera persona, con su ejemplo. A nosotros, los creyentes, se nos confía la gravísima y fascinante tarea de hacer que los pobres sientan el amor privilegiado de Dios como hizo Jesús durante toda su vida. Los ricos, los que están saciados, los fuertes, deben estar atentos porque para ellos es más difícil ser feliz. Con los "ay de vosotros" Jesús nos advierte de que no busquemos la bienaventuranza en el amor por nosotros mismos y por las riquezas. El camino de la felicidad para los ricos es gastar su vida por los pobres y los débiles.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.