ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo del padre Alexander Men, sacerdote ortodoxo de Moscú, asesinado brutalmente en 1990. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo del padre Alexander Men, sacerdote ortodoxo de Moscú, asesinado brutalmente en 1990.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 6,39-42

Les añadió una parábola: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo por encima del maestro. Todo el que esté bien formado, será como su maestro. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: "Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo", no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Continúa la lectura del discurso de Jesús a los discípulos, discurso que había empezado con las "bienaventuranzas". Los pasajes de hoy y el que escucharemos mañana constituyen una unidad en la que Jesús expone una serie de máximas. Y las expresa en el lenguaje parabólico para que todos las comprendamos de manera concreta y puedan inspirar nuestros comportamientos. La imagen del ciego que no puede guiar a otro ciego nos recuerda a todos, y en especial a los que tienen alguna responsabilidad como guías, que debemos saber tener los ojos abiertos sobre el Evangelio, que debemos estar atentos a nuestra vida interior, que debemos ver lo que hay de bueno y de hermoso a nuestro alrededor; de lo contrario, seremos ciegos y no podremos ayudar a nadie. Queda bien clara la acusación a los fariseos de ser guías ciegos que no son capaces de guiar a los demás. Pero la enseñanza es para todos: quien es ciego, es decir, quien se deja guiar solo por su avaricia o por su orgullo, quien se mira solo a sí mismo, cae en la actitud que estigmatiza el Evangelio. Jesús recuerda que ningún discípulo debe pensar que es superior al maestro. Todo discípulo, incluso tras haber hecho avances en sabiduría, no debe caer en la tentación de dejar de escuchar el Evangelio. En todo caso, el discípulo debe ser él mismo evangélico, y entonces "será como el maestro". Es lo que dijo el apóstol: "Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Ga 2,20). Si nos dejamos guiar por el orgullo caeremos en la hipocresía de insistir en la brizna que hay en el ojo del otro y no veremos la viga que hay en el nuestro. Es el antiguo vicio de ser bueno con uno mismo y severo con los demás. El evangelio nos pide que tengamos una actitud nueva, la del amor y no del juicio. El amor abre los ojos del corazón para ver, conmoverse e ir hacia los demás con misericordia. Eso requiere un auténtico trabajo de vida interior, una ascesis de los instintos, una perseverancia en la escucha de la Palabra de Dios, un fuerte vínculo con la comunidad de los hermanos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.