ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Recuerdo de los estigmas de san Francisco. Francisco se hace similar al Señor y recibe en el monte de la Verna los signos de las heridas de Jesús. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo

Recuerdo de los estigmas de san Francisco. Francisco se hace similar al Señor y recibe en el monte de la Verna los signos de las heridas de Jesús.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 8,4-15

Habiéndose congregado mucha gente, y viniendo a él de todas las ciudades, dijo en parábola: «Salió un sembrador a sembrar su simiente; y al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino, fue pisada, y las aves del cielo se la comieron; otra cayó sobre piedra, y después de brotar, se secó, por no tener humedad; otra cayó en medio de abrojos, y creciendo con ella los abrojos, la ahogaron. Y otra cayó en tierra buena, y creciendo dio fruto centuplicado.» Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga.» Le preguntaban sus discípulos qué significaba esta parábola, y él dijo: «A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás sólo en parábolas, para que viendo, no vean
y, oyendo, no entiendan.
«La parábola quiere decir esto: La simiente es la Palabra de Dios. Los de a lo largo del camino, son los que han oído; después viene el diablo y se lleva de su corazón la Palabra, no sea que crean y se salven. Los de sobre piedra son los que, al oír la Palabra, la reciben con alegría; pero éstos no tienen raíz; creen por algún tiempo, pero a la hora de la prueba desisten. Lo que cayó entre los abrojos, son los que han oído, pero a lo largo de su caminar son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a madurez. Lo que en buena tierra, son los que, después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y dan fruto con perseverancia.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esta parábola es una de las más importantes que pronuncia Jesús, pues él mismo da la explicación. Es como si dijera: si no se comprende esta tampoco se comprenden las demás. Y en efecto, esta parábola muestra la actitud que deben tener los discípulos cuando escuchan el Evangelio. La primera observación que destaca en esta narración, no obstante, no hace referencia al acto de escuchar sino más bien al sembrador, que se muestra extraordinariamente generoso cuando echa la semilla (la Palabra): la echa por todas partes, incluso por el camino, entre las piedras, esperando que pueda encontrar algún espacio de tierra donde echar raíces y crecer. Para Jesús, primer sembrador, no hay ningún terreno que no sea idóneo para recibir el Evangelio. Y el terreno es la vida, o mejor dicho, el corazón, de cada hombre y de cada mujer, independientemente de la cultura y la etnia a las que pertenezca. La parábola no quiere clasificar a los hombres, tildando a unos de terreno malo y a otros de terreno bueno. En realidad, cada uno de nosotros es ambos tipos de terreno. A veces, efectivamente, nuestro corazón es como un terreno lleno de piedras, otras veces, lleno de abrojos, otras veces nos dejamos superar por los quehaceres y otras veces somos terreno bueno. La parábola es una invitación acuciante a abrir el corazón para acoger la Palabra de Dios y para atenderla con perseverancia. El Señor continuará saliendo por la mañana para sembrar el Evangelio en nuestros corazones, como sucede, por ejemplo, para quien escucha cada día la Escritura. Pero no solo eso: nos pedirá a cada uno de nosotros que sembremos la semilla buena del Evangelio en otras partes para que sea acogida y dé frutos de paz y de amor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.