ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 9,18-22

Y sucedió que mientras él estaba orando a solas, se hallaban con él los discípulos y él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado.» Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó: «El Cristo de Dios.» Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La profesión de fe de Pedro marca un punto de inflexión en las narraciones evangélicas: prepara el inicio del viaje de Jesús a Jerusalén. Lucas no especifica el lugar donde tiene lugar la escena (Marcos y Mateo la sitúan en Cesarea de Filipo), pero la sitúa en un contexto de oración, escena que se repite con frecuencia en el tercer Evangelio. El evangelista parece describir el momento en el que la comunidad cristiana se reúne para la oración común: se trata de un tiempo indispensable para vivir la intimidad con Jesús. En aquella ocasión -indica el texto- Jesús pidió a los discípulos qué pensaba la gente de él. Y le dicen lo que se decía en la calle, lo que también había llegado a oídos de Herodes Antitpas. Pero Jesús quería saber qué es lo que ellos, que ya hacía un tiempo que estaban a su lado, pensaban de él. Y Pedro, en nombre de todos, contestó: "El Cristo de Dios". Es una profesión solemne. Es más clara incluso que la que encontramos en el pasaje paralelo de Marcos, puesto que además de "Cristo", añade "de Dios". Pedro es realmente el primero, el que en nombre de todos profesa la verdadera fe. Él va delante de nosotros para que todos contestemos con las mismas palabras a la pregunta que Jesús continúa dirigiéndonos también a nosotros: "Y tú ¿quién dices que soy yo?". No es una pregunta abstracta, como si nos encontráramos frente a un texto de catecismo. El mismo Jesús pide a nuestra mente y a nuestro corazón que lo comprendamos y lo amemos como aquel que nos salva. El secreto sobre su persona que Jesús impone a los discípulos no es para esconderse sino para evitar que su misión vaya por falsos y mundanos derroteros. De inmediato añade la suerte que le espera en Jerusalén: debe sufrir mucho y ser asesinado, pero al tercer día resucitará. Sabemos por los pasajes paralelos de los sinópticos que Pedro reacciona negativamente. Probablemente no había prestado atención a las palabras sobre la resurrección, como a menudo nos pasa a nosotros cuando seleccionamos a nuestro gusto las palabras evangélicas. En cualquier caso, el mensaje de Jesús era claro: la cruz es indispensable para llegar a la resurrección. Es el misterio de la vida de Jesús, de la de la Iglesia y de los discípulos de todos los tiempos. La victoria del bien sobre el mal pasa por el camino de la cruz.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.