ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Recuerdo de los santos Cosme y Damián, mártires sirios. La tradición los recuerda como médicos que curaban gratuitamente a los enfermos. Especial Recuerdo de los que se dedican a la atención y la curación de los enfermos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres

Recuerdo de los santos Cosme y Damián, mártires sirios. La tradición los recuerda como médicos que curaban gratuitamente a los enfermos. Especial Recuerdo de los que se dedican a la atención y la curación de los enfermos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 9,46-50

Se suscitó una discusión entre ellos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor.» Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros.» Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús acaba de hablar, por segunda vez, de lo que le espera en Jerusalén. Pero los discípulos no comprenden las palabras de Jesús. No porque no fueran claras, sino porque su mente estaba preocupada por otras cosas que no eran los pensamientos que agitaban la mente de Jesús. El pasaje que hemos escuchado nos demuestra cuáles eran las preocupaciones de los discípulos: Jesús está angustiado por la muerte que le espera y los discípulos discuten entre ellos sobre quién era el mayor. Es una discusión que demuestra bien la distancia entre sus preocupaciones y las del Maestro. Podríamos decir que los discípulos -ellos y también nosotros- son plenamente hijos de este mundo y de la mentalidad competitiva que regula las relaciones entre las personas. Es una costumbre que acompaña a todas las generaciones. Es el legado de aquel primer pecado: la desobediencia a Dios de Adán y Eva llevó a la división entre ellos y a acusarse mutuamente. Jesús vino para anular estos criterios que continúan envenenando las relaciones entre los hombres. Y para que los discípulos comprendieran bien su pensamiento, Jesús tomó a un niño y lo puso a su lado, como para identificarlo con él, y les dijo: "El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ese es el mayor". En el reino de los cielos, y por tanto también en la comunidad de los discípulos de Jesús, es grande aquel que se hace pequeño, es decir, hijo del Evangelio, aquel que reconoce su debilidad y confía para todo en el Señor. Quien vive con la confianza de un niño, quien se siente hijo de Dios, sabe escuchar su Palabra, tiene el mismo pensamiento de Dios y sabe reconocer las cosas que vienen de Dios. Por eso -según las palabras que dijo Jesús- el discípulo reconoce el bien se haga donde se haga, aunque quien lo haga no forme parte de los discípulos. A Juan y a todos los cristianos que quieren despreciar o, peor todavía, impedir hacer el bien a aquellos que no pertenecen al círculo de los discípulos, Jesús les repite: "No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros está por vosotros". Es una gran lección de sabiduría, también humana, que hace que los discípulos de Jesús sean capaces de reconocer la acción del Espíritu en la historia de los hombres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.