ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 11,42-46

Pero, ¡ay de vosotros, los fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios! Esto es lo que había que practicar aunque sin omitir aquello. ¡Ay de vosotros, los fariseos, que amáis el primer asiento en las sinagogas y que se os salude en las plazas! ¡Ay de vosotros, pues sois como los sepulcros que no se ven, sobre los que andan los hombres sin saberlo!» Uno de los legistas le respondió: «¡Maestro, diciendo estas cosas, también nos injurias a nosotros!» Pero él dijo: «¡Ay también de vosotros, los legistas, que imponéis a los hombres cargas intolerables, y vosotros no las tocáis ni con uno de vuestros dedos!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Un doctor de la ley, escuchando las duras palabras de Jesús contra el ritualismo farisaico, afirma que de aquel modo le ofende también a él y a todos sus colegas: "Maestro, diciendo estas cosas también nos injurias a nosotros". Es la reacción de quien quiere defenderse a sí mismo y sus convicciones sin sentir la necesidad de cambiar, de comprender más profundamente lo que pide el Señor, y por tanto, de empezar una vida mejor de la que lleva. Además, la Palabra de Dios, como dice Pablo, es como una espada de doble filo que penetra hasta la médula y no deja indiferente a nadie. Pero si es escuchada con el orgullo y la autosuficiencia de quien quiere defenderse a sí mismo, la siente como un reproche que ofende y no como una fuerza saludable y buena que cambia el corazón. Jesús desenmascara el pecado de los fariseos y de los escribas que se comportan con falsedad, mientas que la gente les mira con respeto porque buscan en ellos una guía, una orientación. De ahí la severidad del juicio de Jesús. La gente confía, busca, pide ayuda a aquellos que "se presentan" como guías pero descuidan "la justicia y el amor a Dios". Pagan sus diezmos al templo, se dejan embelesar por los honores en las sinagogas, pero en realidad son como "sepulcros", es decir, hombres vacíos e interiormente muertos. Imponen, con su fría severidad, cargas intolerables sobre las espaldas de las personas, pero ellos ni quieren ni saben soportarlas. Jesús estigmatiza esta falsedad, este comportamiento dual y mentiroso. Su cólera, su juicio severo son una advertencia para todos nosotros cuando nos erigimos en jueces sin misericordia, aprovechando la buena fe de aquellos que buscan hermanos mayores a los que confiarse para crecer en la vida espiritual.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.