ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 17,7-10

«¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: "Pasa al momento y ponte a la mesa?" ¿No le dirá más bien: "Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?" ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Señor habla a sus discípulos. Es un diálogo íntimo que Jesús quiere mantener con cada persona; también con nosotros. Él conoce a los suyos uno por uno, los ha llamado a seguirle y vive con ellos. Sabe que es fácil que dejen espacio al orgullo en su corazón y que tengan una gran consideración de sí mismos, o que puedan sentirse buenos y quieran ser protagonistas. Por eso les exhorta a confrontarse a lo que los siervos están llamados a hacer. Estos, a diferencia del señor, no son los primeros de la casa, sino, precisamente, los que sirven. Es un modo de decir que ninguno de nosotros es señor de su propia vida; solo el Señor. Cada uno de nosotros recibe la vida para que podamos disfrutarla no solo para nosotros mismos sino para gastarla para bien de todos. Hemos recibido mucho, sin merecerlo: salud, bienestar, paz, inteligencia, amor. De todos esos bienes no somos propietarios, sino custodios y administradores. El cristiano, además, está llamado también a servir a la Iglesia, es decir, a la comunidad de hermanos y hermanas de la fe que se han convertido en su nueva familia. También la Iglesia, la comunidad de la que cada uno de nosotros forma parte, es un don que recibimos. Es tarea nuestra "servir" a esta "casa" para que sea hermosa y pueda dar cobijo con amor a todo aquel que llama y necesita ser acogido y recibir ayuda. Es más, los discípulos deben sentar a la mesa a pobres y débiles, y deben servirles como si fueran el mismo Jesús. Este servicio de amor es la tarea de los discípulos de Jesús, y es nuestra verdadera recompensa. Vivir con este espíritu de servicio, libra de la prisión del egoísmo, del ansia de acumular bienes y satisfacciones para uno mismo. Y demuestra con claridad que la vocación del cristiano consiste en ser servidor del bien y trabajador de la paz para todos. El discípulo sabe que lo ha recibido todo y que lo tiene que devolver todo. Eso es lo que significa ser siervo inútil. No somos "inútiles" en el sentido de una pereza interesada o de un falso humilismo. El Señor nos ha elegido y nos ha confiado una tarea que estamos llamados a llevar a cabo, pero no para realizarnos a nosotros mismos, sino más bien para servir al Señor y su sueño de amor, sabiendo que todo lo recibimos de él y sin él somos realmente "inútil", es decir, no tenemos fuerza.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.