ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 18,1-8

Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme justicia contra mi adversario!" Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme."» Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, por su experiencia, sabe que el Padre siempre le escucha: "Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas", dice frente a la tumba de Lázaro (Jn 11, 41-42). Y quiere que los discípulos estén seguros, como lo está él, de que el Padre siempre escucha la oración. Por eso dice a los discípulos que "oren siempre sin desfallecer". No solo les dice que oren "siempre", es decir, en cualquier circunstancia, sino también "sin desfallecer". La oración siempre es eficaz, parece decir Jesús. Los discípulos, pues, no deben dudar sobre su eficacia. Y para fortalecer esta afirmación explica la parábola de una pobre viuda que pide justicia a un juez. Aquella mujer, símbolo de la impotencia de los débiles en una sociedad como la del tiempo de Jesús, con su insistencia al juez deshonesto y duro de corazón, finalmente obtiene justicia. Es una escena que sorprende por su realismo. Pero sobre todo es extraordinario su significado aplicado a nuestra oración al Padre que está en el cielo. Jesús parece decir: "¿No os escuchará más a vosotros vuestro Padre del cielo que no solo es justo sino que tiene un corazón grande y misericordioso?". El Evangelio quiere convencernos de todos modos de la fuerza y de la potencia de la oración: cuando la oración es insistente se puede decir que obliga a Dios a intervenir. Por eso la asiduidad en la oración es la primera obra que el discípulo está llamado a hacer, y en ella está su principal fuerza. Frente a la afirmación sobre la eficacia de la oración insistente, Jesús afirma con solemnidad: "Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?". Es una pregunta que entra en nuestro corazón de manera directa. El Hijo del hombre continúa viniendo a la tierra, también hoy. ¿Nosotros lo acogemos?

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.