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Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Recuerdo de San Francisco Javier, jesuita del siglo XVI, misionero en India y Japón. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo

Recuerdo de San Francisco Javier, jesuita del siglo XVI, misionero en India y Japón.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cantar de los Cantares 2,8-17

¡La voz de mi amado!
Helo aquí que ya viene,
saltando por los montes,
brincando por los collados. Semejante es mi amado a una gacela,
o un joven cervatillo.
Vedle ya que se para
detrás de nuestra cerca,
mira por las ventanas,
atisba por las rejas. Empieza a hablar mi amado,
y me dice:
"Levántate, amada mía,
hermosa mía, y vente. Porque, mira, ha pasado ya el invierno,
han cesado las lluvias y se han ido. Aparecen las flores en la tierra,
el tiempo de las canciones es llegado,
se oye el arrullo de la tórtola
en nuestra tierra. Echa la higuera sus yemas,
y las viñas en cierne exhalan su fragancia.
¡Levántate, amada mía,
hermosa mía, y vente! Paloma mía, en las grietas de la roca,
en escarpados escondrijos,
muéstrame tu semblante,
déjame oír tu voz;
porque tu voz es dulce,
y gracioso tu semblante." Cazadnos las raposas,
las pequeñas raposas
que devastan las viñas,
pues nuestras viñas están en flor. Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado:
él pastorea entre los lirios. Antes que sople la brisa del día
y se huyan las sombras,
vuelve, sé semejante,
amado mío, a una gacela
o a un joven cervatillo
por los montes de Béter.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Mira que estoy a la puerta y llamo" (Ap 3, 20) dice el Señor a la Iglesia de Laodicea, como se narra en el Apocalipsis. Es la afirmación que podemos colocar como inicio de este pasaje del Cantar. La escena es muy diferente de la anterior. Ahora es la mujer quien habla. Ella imagina a su amante que, después de haber corrido por los montes, llega a la ciudad donde ella habita. Se acerca a la casa de los padres donde habita su amada y la espía a través de las ventanas. La pide que salga con él para saborear la belleza de la primavera: "Levántate, amor mío, hermosa mía, y vente". El amado lo repite dos veces, tanto la desea. Y subraya que es primavera y la naturaleza está en pleno apogeo. Muchas veces en el Cantar los amantes salen al abierto, o se lo imaginan: es como si salieran al jardín del Edén, con una naturaleza cubierta de una flora bellísima, fecunda y perfumada, y poblada de una fauna carente de dientes y garras afiladas, donde incluso el tiempo lluvioso parece algo que acaba de pasar y trae flores. La mujer está abandonando su reticencia, precisamente como haría una paloma que está dejando su nido en las grietas de las rocas. El amante desea ver su rostro y escuchar su voz. Son imágenes que describen bien el deseo de Dios. Es ahora Él quien toma la iniciativa y corre hacia Israel. Se detiene fuera de la puerta como un joven enamorado que implora a la amada para que salga. El Tárgum parafrasea así el pasaje: "Cuando ... los de la casa de Israel moraban en Egipto, sus lamentos llegaron hasta el cielo... y [el Señor] superó de un salto el día fijado por los méritos de los Patriarcas, que son similares a montañas... Él miró a través de las ventanas y espió a través de las persianas, y vio la sangre del sacrificio de la Pascua... y tuvo piedad de nosotros... Y cuando se hizo mañana me dijo: levántate, asamblea de Jerusalén, mi preferida... aléjate de la esclavitud de los egipcios". Orígenes retoma sin embargo la escena de Jesús resucitado que dice a la Iglesia: "Levántate, ... paloma mía, porque, mira, el invierno ha pasado, ... Resucitando de la muerte he domado la tempestad y he traído la paz". Sin embargo, el amor no está exento de riesgos y peligros. El texto exhorta a capturar al enemigo: "Cazadnos las raposas, las pequeñas raposas que devastan las viñas, nuestras viñas en flor". El enemigo es insidioso (las pequeñas raposas) y viene a destruir los frutos del amor (nuestras viñas en flor). El amor entre los dos no admite debilidades ni heridas: "Mi amado es mío y yo de mi amado". Son palabras que evocan la fórmula de la alianza que atraviesa el Antiguo Testamento: "Yo seré su Dios y ellos mi pueblo". Es la relación que anticipa ya sobre la tierra el cielo. Al final del día, mientras la brisa sopla y las sombras se alargan, la mujer pide al amado que regrese y lo imagina veloz y ligero como una gacela o un cervatillo. Es una imagen que evoca la del profeta Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación" (Is 52,7). Es la espera de que el amor crezca todavía. En efecto, nunca se sacia de amar.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.