ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cantar de los Cantares 5,1-8

Ya he entrado en mi huerto,
hermana mía, novia;
he tomado mi mirra con mi bálsamo,
he comido mi miel con mi panal,
he bebido mi vino con mi leche.
¡Comed, amigos, bebed,
oh queridos, embriagaos! Yo dormía, pero mi corazón velaba.
¡La voz de mi amado que llama!:
"¡Ábreme, hermana mía, amiga mía,
paloma mía, mi perfecta!
Que mi cabeza está cubierta de rocío
y mis bucles del relente de la noche." #VALORE! ¡Mi amado metió la mano
por la hendedura;
y por él se estremecieron mis entrañas. Me levanté
para abrir a mi amado,
y mis manos destilaron mirra,
mirra fluida mis dedos,
en el pestillo de la cerradura. Abrí a mi amado,
pero mi amado se había ido de largo.
El alma se me salió a su huida.
Le busqué y no le hallé,
le llamé, y no me respondió. Me encontraron los centinelas,
los que hacen la ronda en la ciudad.
Me golpearon, me hirieron,
me quitaron de encima mi chal
los guardias de las murallas. Yo os conjuro,
hijas de Jerusalén,
si encontráis a mi amado,
¿qué le habéis de anunciar?
Que enferma estoy de amor.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo quinto se abre con el amado que hace comprender a la amada que precisamente ella es su jardín. Le dice el esposo: "He entrado en mi huerto ... a cosechar mi mirra y mi bálsamo, a comer de mi miel y mi panal, a beber de mi vino y de mi leche". Es el Señor que goza de los frutos que su pueblo, su Iglesia, puede ofrecerle. El apóstol Pablo pide a los creyentes que ofrezcan a Dios sacrificios espirituales que le complazcan... No se trata por tanto de los pagos debidos a un amo. Es más bien una comunión de amor a la que todos estamos invitados, como sugieren los dos versículos siguientes: "¡Comed, amigos, bebed, queridos, embriagaos!". Se podría decir que el amor divino empuja a Dios mismo a comunicarlo más allá de sí mismo. El amor que no se abre a los demás muere; no puede vivir de soledad, necesita siempre al amado. El autor sagrado sugiere responder de inmediato, sin demora. De lo contrario se corre el riesgo de perderlo. Es lo que le sucede a la mujer. Ella relata: "Yo dormía, velaba mi corazón". Y he aquí que en la noche se acerca el esposo que le pide abrirle, fuera hace frío, frío también para el esposo. El Señor se hace mendigo de amor, de nuestro amor. Viene a la mente Jesús que escoge a los discípulos y que, en el momento de la angustia, como en Getsemaní, les pide que estén con él, que velen junto a él. Desgraciadamente, aquellos tres se dejaron sorprender por el sueño, y lo dejaron solo en su dolor. El autor advierte que la mujer oye la voz del amado, que incluso siente que sus entrañas se estremecen, pero la pereza le hace retrasarse: "Me he quitado la túnica, ¿cómo ponérmela de nuevo? Ya me he lavado los pies, ¿cómo volver a mancharlos?". El amado trata incluso de forzar la puerta. En este momento ella se levanta y se encamina para abrir la puerta. Pero es tarde. Fuera ya no hay nadie. Queda el perfume del amado que llamaba a su puerta. Entonces comienza una carrera frenética por las calles y las plazas de una ciudad que se ha vuelto hostil. Sin el amor, cualquier ciudad se vuelve hostil y peligrosa. He aquí que más adelante aparecen los centinelas que hacen la ronda. Ante una mujer sola -¿y cómo no pensar en tantas mujeres solas, explotadas, violadas, embrutecidas por el trabajo de las ciudades contemporáneas?- la reacción es brutal: la persiguen, la despojan, la violan y la hieren. Humillada, la mujer no abandona su búsqueda para encontrar al amado. Lanza entonces un llamamiento a las "muchachas de Jerusalén" para que también ellas se asocien a la búsqueda del amado y si lo encontraran le digan que ella está "enferma de amor". Cada creyente necesita hermanos y hermanas que lo acompañen en la búsqueda del amado. Entre los momentos más altos de esta compañía está el de la oración común que nos envuelve en la búsqueda de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.