ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor

Salmo responsorial

Salmo 9a

Te doy gracias, Yahveh, de todo corazón,
cantaré todas tus maravillas;

quiero alegrarme y exultar en ti,
salmodiar a tu nombre, Altísimo.

Mis enemigos retroceden,
flaquean, perecen delante de tu rostro;

pues tú has llevado mi juicio y mi sentencia,
sentándote en el trono cual juez justo.

Has reprimido a las gentes, has perdido al impío,
has borrado su nombre para siempre jamás;

acabado el enemigo, todo es ruina sin fin,
has suprimido sus ciudades, perdido su recuerdo. He. He aquí que

Yahveh se sienta para siempre,
afianza para el juicio su trono;

él juzga al orbe con justicia,
a los pueblos con rectitud sentencia.

¡Sea Yahveh ciudadela para el oprimido,
ciudadela en los tiempos de angustia!

Y en ti confíen los que saben tu nombre,
pues tú, Yahveh, no abandonas a los que te buscan.

Salmodiad a Yahveh, que se sienta en Sión,
publicad por los pueblos sus hazañas;

que él pide cuentas de la sangre, y de ellos se acuerda,
no olvida el grito de los desdichados.

Tenme piedad, Yahveh, ve mi aflicción,
tú que me recobras de las puertas de la muerte,

para que yo cuente todas tus alabanzas
a las puertas de la hija de Sión, gozoso de tu
salvación.

Se hundieron los gentiles en la fosa que hicieron,
en la red que ocultaron, su pie quedó prendido.

Yahveh se ha dado a conocer, ha hecho justicia,
el impío se ha enredado en la obra de sus manos.
Sordina.
Pausa.

¡Vuelvan los impíos al seol,
todos los gentiles que de Dios se olvidan!

Que no queda olvidado el pobre eternamente,
no se pierde por siempre la esperanza de los
desdichados.

¡Levántate, Yahveh, no triunfe el hombre,
sean juzgados los gentiles delante de tu rostro!

Infunde tú, Yahveh, en ellos el terror,
aprendan los gentiles que no son más que hombres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.