ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cantar de los Cantares 6,4-12

Hermosa eres, amiga mía, como Tirsá,
encantadora, como Jerusalén,
imponente como batallones. Retira de mí tus ojos,
que me subyugan.
Tu melena cual rebaño de cabras
que ondulan por el monte Galaad. Tus dientes, un rebaño de ovejas,
que salen de bañarse.
Todas tienen mellizas,
y entre ellas no hay estéril. Tus mejillas, como cortes de granada
a través de tu velo. Sesenta son las reinas,
ochenta las concubinas,
(e innumerables las doncellas). Única es mi paloma,
mi perfecta.
Ella, la única de su madre,
la preferida de la que la engendró.
Las doncellas que la ven la felicitan,
reinas y concubinas la elogian: ¿Quién es ésta que surge cual la aurora,
bella como la luna,
refulgente como el sol,
imponente como batallones? Al nogueral había yo bajado
para ver la floración del valle,
a ver si la vid estaba en cierne,
y si florecían los granados. ¡Sin saberlo, mi deseo me puso
en los carros de Aminadib!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El amante compara la belleza de la amada con la de las grandes ciudades. Tirsá fue la primera capital del reino del Norte después del derrumbamiento del imperio de Salomón, pero no sabemos mucho más de ella. Aquí aparece emparejada con Jerusalén. Ambas son bellas: Jerusalén lo era y lo es, y presumiblemente también Tirsá. Resulta singular que la salvación, en la Escritura y especialmente en el Nuevo Testamento, se presente como una ciudad: la Jerusalén celeste. No es una casualidad. Para la revelación bíblica es claramente manifiesto que Dios no salva individualmente a los hombres sino reuniéndoles en un pueblo, haciéndoles habitar en una ciudad. Hay una dimensión social imborrable en la fe judeocristiana. La amada, descrita una vez más en los versículos del cuatro al siete en su belleza personal, no elimina la dimensión plural de la amada: en ella está presente todo el pueblo de Israel y toda la Iglesia que han raptado el corazón del Señor hasta el punto de hacerle decir: "Aparta de mí tus ojos, que me subyugan". Es un amor absolutamente único por parte de Dios. La esposa es la única entre las miles de mujeres que pueden saciar el amor del esposo. No le interesa un harén rico de esposas y concubinas, como era el de Salomón, porque ella sola consigue resumir en sí todo cuanto el enamorado espera y desea. Ella es "única" no sólo para su madre sino también para su esposo. Podríamos decir que había muchas esposas posibles, pero el Señor ha elegido una sola. Cierto, todas las naciones pertenecen al Señor, y en verdad todas son elegidas para desempeñar papeles diferentes, pero Israel es única a los ojos del Señor. Sólo Israel es para el Señor "mi propiedad personal ... un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex 19, 5-6). La función de los sacerdotes, tal y como la entendía Israel, era la de presentar Israel al Señor por una parte, representada en sus sacrificios y en sus alabanzas, y por otra aceptar la voluntad del Señor respecto a las concretas cuestiones morales. Israel ha sido escogida para ser sacerdote entre las naciones -así también la Iglesia-, para llevar a todos los pueblos alrededor del Señor. Ambas, Israel y la Iglesia, son instrumentos del Señor para conducir a la humanidad a su plena realización: una familia de pueblos reunidos alrededor del Señor. El Vaticano II, siguiendo estos pasos, afirma que la Iglesia debe ser el "sacramento de la unidad de todo el género humano". En el versículo 10 interviene el coro femenino que entona un canto de alabanza por la belleza y la fuerza de la mujer, semejante a un cortejo celeste y a un ejército con las banderas desplegadas. Este responde con la imagen del jardín, sede de la intimidad entre el amado y la amada, envueltos por una continua primavera.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.