ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 1,57-66

Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan.» Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre.» Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. El pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Como para introducirnos en el misterio del nacimiento de Jesús, el evangelio de hoy nos hace entrar en la escena de otro nacimiento "milagroso", es decir, obra de Dios. Es el nacimiento de Juan, que en hebreo significa "favor de Dios". El Bautista, último de los profetas, reúne en sí toda la tradición profética del Antiguo Testamento que está orientada por completo al misterio de Jesús. La Carta a los Hebreos lo recuerda: "Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo" (Hb 1, 1-2). Podríamos decir que el Bautista es el último "favor de Dios", el último de los profetas antes de que el Señor nos hable directamente con su Palabra. El evangelista Lucas subraya que su nacimiento a través de la unión de Zacarías e Isabel ha sido anunciado por el ángel y por tanto es también obra de la intervención de Dios. Finalmente Zacarías reconoce lo extraordinario del nacimiento de ese niño y no reprime su alegría. Después del momento de la incredulidad, ahora cree que la Palabra de Dios es fuerte y eficaz. Se ha convertido en un creyente. Deja de ser mudo y su lengua se desata y puede hablar; su corazón está lleno de alegría por este hijo, fruto de la escucha de la Palabra de Dios. El nacimiento de Juan crea maravilla no sólo en la casa de Zacarías, sino también entre los vecinos, como siempre sucede cada vez que el Evangelio es escuchado y puesto en práctica: los efectos del amor provocado por el Evangelio crean siempre un clima nuevo entre la gente. El Evangelio escuchado con fe y predicado con claridad transforma el corazón del creyente y de quienes lo circundan. Es el camino del cambio del mundo que el Evangelio indica para recorrer. No es un camino superficial: es profundo, interior, que lleva al cielo. Navidad es acoger en el corazón el Verbo (Jesús) y empezar a comunicarlo a los demás. Conociendo bien esta dinámica de la fe, Silesius, un místico del siglo XVII, decía: "Aunque Cristo naciera mil veces en Belén, si no lo hace en tu corazón, estarías perdido para siempre"

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.