ORACIÓN CADA DÍA

Epifanía del Señor
Palabra de dios todos los dias

Epifanía del Señor

Epifanía del Señor.
Las Iglesias ortodoxas que siguen el calendario gregoriano celebran el Bautismo del Señor en el Jordán y su manifestación (epifanía) al mundo.
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Libretto DEL GIORNO
Epifanía del Señor
Viernes 6 de enero

Homilía

No es algo por descontado darse cuenta de la presencia del Señor. Como está escrito amargamente en el prólogo del Evangelio de Juan: "En el mundo estaba, el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció". Y añade: "Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron". El Evangelio no se impone, no se presenta con imágenes espectaculares, convincentes, cautivadoras. Dios no engaña con promesas extraordinarias. ¡Podríamos decir que ni siquiera cuida su imagen! Dios se manifiesta, es decir, se deja ver, se muestra en el milagro de la vida, amor que se fía plenamente. A Dios lo encontramos débil, niño, nacido de una pareja de extranjeros, en una pequeñísima aldea, sin ni siquiera un lugar para él, lejos de los lugares de poder. Carece de aquellos adornos que confieren importancia exterior, que los hombres obsequian, que buscan, que creen caracterizan la vida. La Epifanía del Señor es en realidad su fatiga para encontrar espacio, atención, escucha, sentimiento, corazón, por parte de hombres y de un mundo distraídos, dominados por ellos mismos, convencidos de conocer ya, que no saben escuchar, que no se doblegan nunca a las razones del otro, que no quieren cambiar, que tienen miedo de ser diferentes. Navidad, la epifanía de Dios, es como la vida: una lucha entre las tinieblas y la luz, entre la vida misma y su enemigo que la quiere apagar y envanecer.
Los pastores y los magos, aun siendo muy diferentes entre sí, tienen algo en común: el cielo. Los pastores no se encaminaron porque eran buenos, sino porque alzando los ojos al cielo vieron a los ángeles, escucharon su voz y obedecieron. De la misma manera los magos. No dejaron su tierra por una nueva aventura o por quién sabe qué extraño deseo. Desde luego esperaban y aguardaban un mundo diferente, más justo, y por eso escrutaban el cielo: vieron una estrella y la siguieron fielmente. Tanto los unos como los otros sugieren que para encontrar a Jesús es necesario alzar la mirada de uno mismo, no permanecer apegados a las propias seguridades y costumbres, y escrutar las palabras y los signos que se nos proponen.
Para los Magos, de la misma manera que para los pastores, no todo estuvo claro desde el principio. No por casualidad el evangelista señala que la estrella desapareció en un momento dado. A pesar de ello, aquellos peregrinos no se desanimaron; su deseo de salvación no era superficial, y la estrella les había tocado el corazón. Fueron donde Herodes para pedir explicaciones, le escucharon con atención y siguieron de inmediato su camino. Se podría decir que la Escritura había sustituido a la estrella; pero el Señor no es avaro de signos: al salir de Jerusalén la estrella apareció de nuevo, y ellos "se llenaron de inmensa alegría", señala el evangelista. Nosotros, que con tanta frecuencia nos auto-condenamos a ser los guías de nosotros mismos o a sentirnos adultos e independientes a toda costa, nos privamos de la alegría de ver la "estrella". Sí, hay un consuelo en el ver la estrella, en el sentirnos guiados y no abandonados a nosotros mismos y a nuestro destino. Los magos nos exhortan a volver a descubrir la alegría de depender de la estrella, que es ante todo el Evangelio, la Palabra del Señor: "Tu Palabra es luz para mi sendero" canta el Salmo 119. Es el Evangelio el que nos conduce hacia ese niño; sin ver, sin leer, sin seguir esta estrella no es posible encontrar a Jesús. En cuanto llegaron, los magos entraron en la casa y "vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron". Llegados a aquel santuario singular ellos, aun siendo reyes, se arrodillaron ante aquel niño indefenso. Probablemente era la primera vez que se postraban ante un niño, ellos que estaban acostumbrados a recibir honores y obsequios. Sin duda les resultó un gesto extraño; pero para ellos que, sabiendo mirar más allá de sí mismos, habían reconocido en aquel niño al Salvador, aquel gesto escondía una profunda verdad. Junto a María, a José y a los pastores, habían comprendido que la salvación era acoger a aquel niño débil e indefenso.
Los magos "vieron al niño con María, su madre, y postrándose, le adoraron". Aquel niño nos pide un corazón sensible, capaz de inclinarse ante sus exigencias y no al contrario. Ellos, después, volvieron a su país por otro camino. Cuando se lleva al Señor en el corazón no se puede seguir el mismo camino de antes. ¡No tengamos miedo! ¡No aceptemos la intimidación del mundo que quiere demostrar la imposibilidad de cualquier esperanza, que intenta convencer de que no se puede hacer nada! ¿No somos también nosotros como los magos, buscadores de paz, de futuro, de consolación, de esperanza? ¿No tiene todo hombre derecho a ver la paz, la alegría la esperanza? ¿No son magos aquellos que buscando una esperanza se ponen en camino, se convierten en extranjeros, y atraviesan lugares desconocidos y a menudo hostiles? ¿Acaso no son magos los jóvenes que buscan y sueñan con encontrar algo estable, hermoso, verdadero y no virtual? Itinerarios diferentes, pero al final todos encontramos solo a aquel débil niño. Es la estrella del Evangelio la que nos lleva a él. Por esto, abrámoslo cada día. ¡No se puede ser cristiano sin el Evangelio! De lo contrario, nos obedecemos a nosotros mismos y no a él, que nos habla. Usemos esta casa como lugar para escucharle a él y no a nosotros. Será para nosotros como la estrella en la confusión de la niebla y de las tinieblas del corazón y del mundo. Los magos llevaron regalos. Regalando, en la caridad, encontraremos y mostraremos al Señor. Aquel niño es el amor gratuito y nos ayuda a amar, también a nosotros, gratuitamente. Así podemos también ayudar a muchos a encontrar a Dios. Aquel pobre y débil niño nos ayuda a nacer a una vida nueva.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.