ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 16 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 3,21-35

Hijo mío, guarda la prudencia y la reflexión,
no se aparten nunca de tus ojos: serán vida para tu alma
y adorno para tu cuello. Así irás tranquilo por tu camino
y no tropezará tu pie. No tendrás miedo al acostarte,
una vez acostado, será dulce tu sueño. No temerás el espanto repentino,
ni cuando llegue la tormenta de los malos, porque Yahveh será tu tranquilidad
y guardará tu pie de caer en el cepo. No niegues un favor a quien es debido,
si en tu mano está el hacérselo. No digas a tu prójimo: "Vete y vuelve,
mañana te daré", si tienes algo en tu poder. No trames mal contra tu prójimo
cuando se sienta confiado junto a ti. No te querelles contra nadie sin motivo,
si no te ha hecho ningún mal. No envidies al hombre violento,
ni elijas ninguno de sus caminos; porque Yahveh abomina a los perversos,
pero su intimidad la tiene con los rectos. La maldición de Yahveh en la casa del malvado,
en cambio bendice la mansión del justo. Con los arrogantes es también arrogante,
otorga su favor a los pobres. La gloria es patrimonio de los sabios
y los necios heredarán la ignominia.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Una vez más la exhortación comienza con el apelativo "Hijo mío", como para recordarnos la única condición posible para obtener la sabiduría. En la primera parte se describen las felices consecuencias de quien custodia la sabiduría: seguridad, serenidad y paz, dulces sueños y ausencia de temores. En efecto, el Señor "estará a tu lado y librará tus pies de la trampa", donde la trampa se refiere a las insidias y a los peligros de la vida. En la segunda parte (vv. 27-35) el texto entra por vez primera en el detalle de las relaciones con el prójimo. Ante todo se invita a responder con generosidad a la petición de ayuda: "No niegues un favor a quien lo necesita, si en tu mano está el hacérselo. Si tienes algo, no digas a tu prójimo: «Vete y vuelve, mañana te daré»". Le siguen una serie de invitaciones que se refieren a la convivencia: no tramar mal con quien vive a tu lado y confía en ti, litigar, envidiar al hombre violento por sus éxitos. Quien sigue el consejo de Dios no tiene nada que temer porque Dios odia el mal y los malvados no tendrán éxito. Por eso hay que vivir con bondad y generosidad, sin dejarnos explotar por la envidia y los celos. La amistad del Señor es para los justos y "concede su favor a los humildes". Varias veces se repite en los proverbios el tema de la violencia y de la arrogancia, que contrastan con la bondad y la humildad. La tentación cotidiana es responder a la violencia con violencia, como nos acostumbra la sociedad en que vivimos, pensando que la victoria está en el imponerse sobre los demás. Pero sabemos que "el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado". La sabiduría enseña humildad y capacidad de relacionarse con el prójimo con benevolencia y generosidad, porque sólo en el dar se encuentran la alegría y la paz del corazón.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.