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Memoria de Jesús crucificado
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Memoria de Jesús crucificado

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las antiguas Iglesias de Oriente (siro-ortodoxa, copta, armenia, asiria). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 20 de enero

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las antiguas Iglesias de Oriente (siro-ortodoxa, copta, armenia, asiria).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 6,1-19

Si has salido, hijo mío, fiador de tu prójimo,
si has chocado tu mano con un extraño, si te has obligado con las palabras de tu boca,
si de la palabra de tu boca te has dejado prender, haz esto, hijo mío, para quedar libre,
pues has caído en manos de tu prójimo:
Vete, póstrate, importuna a tu prójimo; no concedas a tus ojos sueño
ni a tus párpados reposo; líbrate, como la gacela del lazo,
como el pájaro de la mano del pajarero. Vete donde la hormiga, perezoso,
mira sus andanzas y te harás sabio. Ella no tiene jefe,
ni capataz, ni amo; asegura en el verano su sustento,
recoge su comida al tiempo de la mies. ¿Hasta cuándo, perezoso, estarás acostado?
¿cuándo te levantarás de tu sueño? Un poco dormir, otro poco dormitar,
otro poco tumbarse con los brazos cruzados; y llegará como vagabundo tu miseria
y como un mendigo tu pobreza. Un malvado, un hombre inicuo,
anda con la boca torcida, guiña el ojo, arrastra los pies,
hace señas con los dedos. Torcido está su corazón, medita el mal,
pleitos siembra en todo tiempo. Por eso vendrá su ruina de repente,
de improviso quebrará, y no habrá remedio. Seis cosas hay que aborrece Yahveh,
y siete son abominación para su alma: ojos altaneros, lengua mentirosa,
manos que derraman sangre inocente, corazón que fragua planes perversos,
pies que ligeros corren hacia el mal, testigo falso que profiere calumnias,
y el que siembra pleitos entre los hermanos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nos encontramos ante cuatro partes separadas entre sí. Las exhortaciones entran con frecuencia en los detalles de la vida cotidiana, ofreciendo sugerencias y poniendo en guardia ante todo lo que aleja de la sabiduría. En la primera parte, que se introduce como es frecuente con la evocación a la autoridad paterna ("Hijo mío"), se desaconseja dar garantías por alguien y se sugiere la forma de liberarse del compromiso adquirido con otro sin faltar al mismo, pero buscando con humilde insistencia salir de ahí para no acabar arruinando la existencia: "Ve, insiste y acosa a tu prójimo; no te entregues al sueño ni te des un momento de reposo; escapa como gacela de la trampa, como pájaro de la red del cazador". No tener miedo de pedir ayuda con humildad en las situaciones difíciles. La arrogancia no sirve para afrontar y resolver los problemas. La segunda parte (vv. 6-11) se detiene en el perezoso, poniendo como ejemplo la laboriosidad de la hormiga. La exhortación se une en parte a lo que se ha dicho poco antes. Ante las dificultades económicas hay que comprometerse e implicarse con una vida laboriosa, saliendo de una forma perezosa y descomprometida de vivir. La humildad va unida por tanto a la laboriosidad para evitar caer en la pobreza. ¿Por qué pasar en la tercera parte (vv. 12-15) a hablar del malvado? El malvado se contrapone al humilde y al hombre laborioso, como a los que saben que el bien es también una conquista y la consecuencia de un compromiso. El malvado, por el contrario, muestra un ánimo y un comportamiento malévolos ("anda con la boca torcida, guiñando un ojo, arrastrando los pies, señalando con los dedos, urdiendo maldades en su mente retorcida"), dispuesto a suscitar conflictos y a crear discordia. Como en otros lados, su conducta lo llevará a la ruina en vez de al suceso. Los últimos versículos cierran con autoridad y claridad los dichos precedentes. La sucesión seis-siete quiere indicar la plenitud y a la vez la totalidad de cuanto se ha dicho. Estas son las cosas que odia el Señor: soberbia, mentira, violencia, corazón inicuo, acciones malvadas, falsos testimonios, litigios. Se debería reflexionar sobre el lazo que existe entre ellas. Hay una especie de complementariedad entre ellas también en su disposición: soberbia y litigios, mentiras y falsos testimonios, violencia y acciones malvadas. Mientras, en el centro de ellas encontramos la referencia al corazón inicuo. Es necesario vigilar nuestro corazón porque en él nace y crece toda acción malvada.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.