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Memoria de Jesús crucificado
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Memoria de Jesús crucificado

Jornada europea de recuerdo de la Shoá. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 27 de enero

Jornada europea de recuerdo de la Shoá.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 9,1-18

La Sabiduría ha edificado una casa,
ha labrado sus siete columnas, ha hecho su matanza, ha mezclado su vino,
ha aderezado también su mesa. Ha mandado a sus criadas y anuncia
en lo alto de las colinas de la ciudad: Si alguno es simple, véngase acá.
Y al falto de juicio le dice: Venid y comed de mi pan,
bebed del vino que he mezclado; dejaos de simplezas y viviréis,
y dirigíos por los caminos de la inteligencia." El que corrige al arrogante se acarrea desprecio,
y el que reprende al malvado, insultos. No reprendas al arrogante, porque te aborrecerá;
reprende al sabio, y te amará. Da al sabio, y se hará más sabio todavía;
enseña al justo, y crecerá su doctrina. Comienzo de la sabiduría es el temor de Yahveh,
y la ciencia de los santos es inteligencia. Pues por mí se multiplicarán tus días
y se aumentarán los años de tu vida. Si te haces sabio, te haces sabio para tu provecho,
y si arrogante, tú solo lo tendrás que pagar. La mujer necia es alborotada,
todo simpleza, no sabe nada. Se sienta a la puerta de su casa,
sobre un trono, en las colinas de la ciudad, para llamar a los que pasan por el camino,
a los que van derechos por sus sendas: Si alguno es simple, véngase acá
y al falto de juicio le dice: Son dulces las aguas robadas
y el pan a escondidas es sabroso. No sabe el hombre que allí moran las Sombras;
sus invitados van a los valles del seol.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este capítulo se divide en tres partes, donde la primera y la tercera se contraponen claramente. La primera parte (vv. 1-6) habla de la sabiduría, presentada como una mujer, mientras que la tercera lo hace de "Doña Necedad" (vv. 13-18). No hay camino intermedio: sabiduría y necedad se oponen mutuamente. O se busca la sabiduría y se vive de forma sabia, o se está sujeto a la necedad. La sabiduría es como una mujer sabia que ha construido su casa, donde invita a todos a participar en un banquete bien preparado, como ese banquete al que el Señor invita a todos los que encuentra en la ciudad. Ella manda a sus siervos que llamen a los invitados: "Venid a compartir mi comida y a beber el vino que he mezclado. Dejaos de simplezas y viviréis, y seguid el camino de la inteligencia". Una invitación similar dirigirá Dios a su pueblo para que se sacien de su palabra: "¡Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed, sin plata, y sin pagar, vino y leche!" (Is 55,1). El Señor no se resigna ante quien va por su camino y se sigue y escucha a sí mismo. Él ofrece en su palabra y en la sabiduría un alimento que no perece. Pero existe la tentación a la necedad, que atrae y crea ilusiones. No es instintivo escoger la sabiduría, aceptar su invitación. "El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor", repite el texto. Pero muchas veces somos insolentes, soberbios y orgullosos, no nos doblegamos ni ante Dios. La parte central del capítulo muestra cómo el orgulloso acaba arruinándose a sí mismo. Es muy verdadero lo que dice el texto: "No reprendas al cínico, que te odiará; reprende al sabio, y te amará". Quizá esta invitación es una advertencia para cada uno de nosotros. Cuando no aceptamos la corrección o las observaciones de otro y nos irritamos con quien nos quiere ayudar a encontrar la sabiduría, deberíamos preguntarnos si no nos estamos encaminando por la vía de la necedad. En efecto, el sabio se deja corregir, porque sabe que sólo con el consejo y la ayuda de los demás podemos crecer en humanidad y sabiduría.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.