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Memoria de la Madre del Señor
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Memoria de la Madre del Señor

7 de febrero de 1968: recuerdo de los comienzos de la Comunidad de Sant'Egidio. Un grupo de estudiantes de un instituto de Roma empezó a reunirse alrededor del Evangelio y del amor a los pobres. Acción de gracias al Señor por el don de la Comunidad. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 7 de febrero

7 de febrero de 1968: recuerdo de los comienzos de la Comunidad de Sant’Egidio. Un grupo de estudiantes de un instituto de Roma empezó a reunirse alrededor del Evangelio y del amor a los pobres. Acción de gracias al Señor por el don de la Comunidad.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 15,1-33

Una respuesta suave calma el furor,
una palabra hiriente aumenta la ira. La lengua de los sabios hace agradable la ciencia,
la boca de los insensatos esparce necedad. En todo lugar, los ojos de Yahveh,
observando a los malos y a los buenos. Lengua mansa, árbol de vida,
lengua perversa rompe el alma. El tonto desprecia la corrección de su padre;
quien sigue la reprensión es cauto. La casa del justo abunda en riquezas,
en las rentas del malo no falta inquietud. Los labios de los sabios siembran ciencia,
pero no así el corazón de los necios. Yahveh abomina el sacrificio de los malos;
la oración de los rectos alcanza su favor. Yahveh abomina el camino malo;
y ama al que va tras la justicia. Corrección severa a quien deja el camino;
el que odia la reprensión perecerá. Seol y Perdición están ante Yahveh:
¡cuánto más los corazones de los hombres! El arrogante no quiere ser reprendido,
no va junto a los sabios. Corazón alegre hace buena cara,
corazón en pena deprime el espíritu. Corazón inteligente busca la ciencia,
los labios de los necios se alimentan de necedad. Todos los días del pobre son malos,
para el corazón dichoso, banquetes sin fin. Mejor es poco con temor de Yahveh,
que gran tesoro con inquietud. Más vale un plato de legumbres, con cariño,
que un buey cebado, con odio. El hombre violento provoca disputas,
el tardo a la ira aplaca las querellas. El camino del perezoso es como un seto de espinos.
la senda de los rectos es llana. El hijo sabio es la alegría de su padre,
el hombre necio desprecia a su madre. La necedad alegra al insensato,
el hombre inteligente camina en derechura. Donde no hay consultas, los planes fracasan;
con muchos consejeros, se llevan a cabo. El hombre halla alegría en la respuesta de su boca;
una palabra a tiempo, ¡qué cosa más buena! Camino de la vida, hacia arriba, para el sabio,
para que se aparte del seol, que está abajo. La casa de los soberbios la destruye Yahveh,
y mantiene en pie los linderos de la viuda. Yahveh abomina los proyectos perversos;
pero son puras las palabras agradables. Quien se da al robo, perturba su casa,
quien odia los regalos, vivirá. El corazón del justo recapacita para responder,
la boca de los malos esparce maldades. Yahveh se aleja de los malos,
y escucha la plegaria de los justos. Una mirada luminosa alegra el corazón,
una buena noticia reanima el vigor. Oído que escucha reprensión saludable,
tiene su morada entre los sabios. Quien desatiende la corrección se desprecia a sí mismo,
quien escucha la reprensión adquiere sensatez. El temor de Yahveh instruye en sabiduría:
y delante de la gloria va la humildad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Uno de los temas recurrentes en el capítulo se refiere una vez más a la palabra. Palabras, boca, labios, respuesta, nos ayudan a reflexionar sobre la importancia que el texto quiere dar al uso de la palabra. Las palabras pueden hacer tanto mucho bien como mucho mal. Hay que estar atentos a lo que se dice y a la forma en que se habla. Se vive con demasiada naturalidad y nos volvemos histéricos sin motivo, se habla mal de los demás sin calcular las consecuencias y somos instintivos en el habla. Dos veces, aunque con vocablos diferentes, se subraya el beneficio de las palabras buenas, que tienen el poder de hacer vivir: "Lengua sana es árbol de vida, lengua perversa rompe el corazón... El Señor aborrece los planes perversos y le agradan las palabras sinceras" (vv. 4 y 26). Las palabras de los sabios difunden sabiduría, comunican un saber que ayuda a comprender y a vivir: "La lengua del sabio favorece el saber... Los labios del sabio aventan saber" (vv. 2 y 7). Con una palabra sabia podemos ayudar a los demás a crecer en el conocimiento de la realidad, a comprender la historia de forma más profunda. Por esto también las respuestas que se dan deben ser pensadas, no deben ser duras, descorteses, rápidas, como queriendo liquidar al prójimo: "Respuesta amable aplaca la ira, palabra hiriente enciende la cólera... La respuesta apropiada alegra al hombre, ¡y qué buena es la palabra oportuna!" (vv. 1 y 23). Cuántas veces cada uno de nosotros ha experimentado la verdad de estas afirmaciones. Verdaderamente la respuesta amable a alguien que pide o habla de forma descortés o enfadada calma la cólera. Y cuántas veces, por el contrario, asistimos a conflictos que crecen porque no se sabe hablar con calma, con cortesía y paciencia. Todos vemos lo difícil que se ha vuelto discutir sin acabar gritando, sin querer afirmar las propias razones a toda costa, sin ni siquiera escuchar las palabras de los demás. Mucha violencia nace precisamente de esta incapacidad de hablarse de forma amigable o por lo menos civilizada. "El hombre violento -se lee en el versículo 18- provoca peleas, el hombre paciente aplaca contiendas". Es la experiencia que hacemos y vemos cada día y que hace difícil la vida y complicada la convivencia. Por esto "El corazón del justo medita sus respuestas, la boca del malvado esparce maldades" (v. 28). También en el modo de hablar y no sólo de comportarse se puede expresar la maldad. Al final el capítulo vuelve varias veces sobre un tema conocido: la corrección (vv. 10, 12, 31 y 32). Se subraya sobre todo la relación entre aceptar la corrección y la sabiduría. Es signo de sabiduría aceptar la corrección porque "el que odia la corrección morirá".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.