ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 18 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 22,17-29

Presta oído y escucha las palabras de los sabios,
y aplica tu corazón a mi ciencia, porque te será dulce guardarlas en tu seno,
y tener todas a punto en tus labios. Para que esté en Yahveh tu confianza
también a ti hoy te enseñaré. ¿No he escrito para ti treinta capítulos
de consejos y ciencia, para hacerte conocer la certeza de las palabras verdaderas,
y puedas responder palabras verdaderas a quien te
envíe? No despojes al débil, porque es débil,
y no aplastes al desdichado en la puerta, porque Yahveh defenderá su causa
y despojará de la vida a los despojadores. No tomes por compañero a un hombre airado,
ni vayas con un hombre violento, no sea que aprendas sus senderos,
y te encuentres con un lazo para tu vida. No seas de los que chocan la mano,
y salen fiadores de préstamos: porque si no tienes con qué pagar,
te tomarán el lecho en que te acuestas. No desplaces el lindero antiguo
que tus padres pusieron. ¿Has visto un hombre hábil en su oficio?
Se colocará al servicio de los reyes.
No quedará al servicio de gentes oscuras.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Comienza otro pequeño conjunto del libro de los Proverbios que se cierra en el versículo 22 del capítulo 24, aunque este último continúa hasta el final con un apéndice de tono similar. Nos encontramos ante una serie de sugerencias para la vida práctica, como hemos escuchado en otras partes. Son treinta máximas, como dice el mismo texto: "Te he escrito treinta sentencias". Es bello cómo la Palabra de Dios se rebaja hasta las minucias de la vida, como para querernos ayudar a encontrar una respuesta sabia ante las diferentes circunstancias de la vida sin dejar que nos desviemos con comportamientos prefijados y de costumbre. La costumbre y el instinto traicionan con frecuencia la pereza interior de hombres y mujeres que no se detienen a reflexionar, aceptando incluso cambiar sus comportamientos y decisiones. Son cinco los comportamientos que se proponen para nuestra reflexión: la actitud ante el pobre y ante el hombre iracundo, el problema de fiar a otros, el de las fronteras (lindes) y la laboriosidad en el trabajo. La Palabra de Dios nos pone en guardia ante la explotación del pobre. La mente acude a las muchas situaciones de pobreza de nuestra sociedad y del mundo. Frecuentemente asistimos casi a un encarnizamiento en relación a los pobres, que no sólo llega a quitarles lo poco que tienen (pensemos en los desmantelamientos de campamentos de gitanos, en la explotación de los extranjeros), sino también al desprecio y a la violencia, como si no tuvieran ningún derecho. Como otras veces en la Biblia, el texto subraya que Dios vendrá en su defensa: Dios realizada esa justicia que los hombres desatienden, es más, quitará los bienes a los que han cometido injusticia. Después regresa al tema de la ira. Se nos pone en guardia ante el trato con gente acostumbrada a la ira, porque es fácil ser arrastrados por la misma costumbre. ¡Qué fácil es ser arrollados por la ira! En lo referente a los préstamos, el texto advierte de ponderar bien antes de fiar a un deudor, si luego no se tiene la posibilidad de restituir. Ciertamente no es una invitación a la avaricia, sino más bien una sabia advertencia. A continuación el texto vuelve sobre una cuestión que debía causar muchas controversias: el problema de los límites de los terrenos. Y al final una útil indicación quizá para los jóvenes que se preparan para emprender un trabajo: es una invitación a ser solícitos, laboriosos, si se quiere tener un puesto provechoso, como quien está al servicio del rey.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.