ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 26 de febrero

Homilía

El miércoles hemos comenzado la cuaresma. La propuesta es simple, directa, porque debe penetrar en las muchas costumbres, convicciones; en esa selva de defensas y desconfianzas que nos hacen ser siempre iguales a nosotros mismos, poco vulnerables, incapaces de humillarnos en un comienzo que es siempre necesariamente pobre: "Cambia el corazón y cree en el Evangelio". Jesús afrontó el mal en el desierto, "tentado por Satanás", dice el evangelio de Marcos. Comienza así la agonía de Jesús, la lucha entre la vida y la muerte. Sí, por esto el tiempo se ha cumplido: el Señor, que ama a los hombres, viene a combatir al enemigo del hombre, al que siembra división, que está detrás del instinto de orgullo o de amor por uno mismo. Por esto nos pide convertirnos. No es un ejercicio piadoso, un añadido más para los justos, voluntario para los mediocres. Pide cambiar porque ama el mundo y no puede aceptarlo tal como es; no quiere que tu vida se pierda, no la considera perdida, la quiere mejor. Quien no cambia se conserva y termina por someterse a los ídolos mudos y sordos, tal vez sin haberlo elegido. ¡Cuántas veces los preferimos en lugar de a un amante apasionado como Jesús! Sí, porque en realidad tenemos miedo del amor, lo reducimos a nuestros límites estrechos, huimos del que ama, como el joven rico que permaneció apegado a sus riquezas, que elige la aflicción porque no sabe abandonarse al que había fijado en él su mirada y lo había amado.
La cuaresma es un itinerario. La Cuaresma es una invitación insistente, repetida y afectuosa para hombres amantes de soluciones rápidas, fáciles e inmediatas; que se fían de la primera impresión; que con poca frecuencia eligen la humillación de una disciplina del corazón; que se convierten en víctimas de sus propios juicios superficiales; para una generación como la nuestra, que confunde la indecisión con la complejidad y cree tener siempre a disposición todas las opciones. Cambia quien se da cuenta del abismo de su corazón y emprende el camino del arrepentimiento. Cuaresma es un tiempo de perdón y de alegría porque reencontramos nuestro corazón escuchando a un padre que nos ama y nos renueva. El justo no encuentra alegría; no pide perdón y no sabe perdonar. En el fondo debe aferrarse a su hipocresía para no precipitarse en el abismo del pecado, porque no cree en el perdón. No sabe llorar lágrimas, huye del dolor de la amargura, de la humillación de descubrirse como es y de pedir ayuda. Pero permanece triste. El pecador, en cambio, encuentra consuelo. ¿No somos nosotros pobres de amor, fríos, miedosos, agresivos, infieles, inconstantes, llenos de rencor, dominados por el orgullo instintivo? ¿Acaso no se nos llena el corazón, quizá con facilidad, de muchos miedos y enemistades, desconfianzas y hostilidades? ¿No se vuelve irrefrenable, voraz de satisfacciones, de confrontaciones, de pequeñas afirmaciones del yo?
Hay una gran necesidad de cambiar nuestro corazón porque el mundo está lleno de enemistad y de violencia. ¿Puede vivir el mundo sin corazón? ¿Quién dará un corazón a un mundo que se apasiona sólo por los bienes, por el mercado, por lo que no cuenta? ¿Quién restituirá los muchos años que el hambre o la dureza de la vida roban a millones de pobres en el tercer mundo? ¿Quién arrancará del corazón de tantos la costumbre de la violencia, el embrutecimiento que elimina la piedad y la compasión? Por esto acojamos la gozosa propuesta de cambiar, partiendo de nuestro corazón. Como el pecado y la complicidad con el mal tienen siempre un efecto sobre los demás, de la misma manera nuestro cambio podrá construir un mundo de paz y descontaminarlo de la violencia. Un corazón bueno embellece y humaniza la vida de muchos. Los discípulos de Jesús son personas de corazón que llevan en el corazón a los demás.
Cree en el Evangelio, en la ingenuidad del padre que abraza al hijo y lo reviste de su perdón sin méritos, sin expiaciones, sólo porque ha vuelto a la vida. Cree que el Evangelio es camino de paz, que el mundo se puede cambiar. Cree que un corazón lleno de sentimientos, un corazón espiritual, vence la lógica de la guerra y puede apresurar el día de la paz. Cree en la fuerza de la oración, abre con frecuencia el evangelio, haz silencio de tus razones para escucharle a él, invoca con el salmista, suplica a Dios junto al enfermo, al que sufre, al que ha sido golpeado por el mal. Así descubrirás de nuevo la alianza de amor de Dios. Él donó la tierra a los hombres pero les advirtió que respetasen la vida del hombre, su sangre, para que nadie se desentendiera de la vida del otro. El mandamiento de Dios es contra la violencia. El hombre que se convierte, que se vuelve pacífico, reconstruye esta alianza que es como una nueva creación. En lo profundo del corazón humano existe un deseo de paz. La Cuaresma es reencontrar dentro de mi corazón y del de mi prójimo ese arco iris de paz, para que termine el diluvio de la violencia, de las tempestades del amor por uno mismo, de la resignación, para que los muchos que escrutan el cielo implorando ayuda y protección, que piden paz y esperanza, puedan ver pronto ese arco.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.