ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 7 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Primera Timoteo 1,12-17

Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio, a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontré misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad. Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús. Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo. Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna. Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Pablo da gracias al Señor porque lo ha juzgado digno de fe, le ha hecho fuerte y lo ha puesto a su servicio. Se trata de tres elementos que Pablo no olvida, sobre todo en las dificultades recurrentes de su ministerio. En la segunda carta a los Corintios, por ejemplo, escribe: "Por esto, misericordiosamente investidos de este ministerio, no desfallecemos" (4, 1). La acción de gracias es aún más sentida teniendo en cuenta la vida que había llevado y la gratuidad con la que había sido salvado. Pablo reconoce que el Señor tuvo misericordia de él cuando era "un blasfemo, un perseguidor y un insolente". Cuando se encuentra ante Agripa, resume su vida antes del cambio radical de su conversión con estas palabras: "Yo mismo encerré a muchos santos... y cuando se les condenaba a muerte, yo contribuía con mi voto. Frecuentemente recorría todas las sinagogas y a fuerza de castigos les obligaba a blasfemar y, rebosando furor contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras" (Hch 26, 10 ss.). Pablo se pregunta cómo Dios pudo elegirlo a pesar de todo eso. Sin embargo es precisamente lo extraordinario de la misericordia de Dios lo que hace decir a Jesús: "Para Dios todo es posible" (Mt 19, 26). Es posible incluso un cambio de vida radical. Pablo vive como un milagro el haber sido juzgado digno de servir al Evangelio, y sabe bien que la única razón de su misión viene de lo alto, lo cual se cumple también para cada discípulo. El apóstol, en cualquier caso, no justifica la vida pasada por su ignorancia del Evangelio; reconoce que se había dejado llevar por la fuerza ciega del mal, que lleva siempre a la violencia injustificada e injustificable. Y por esto es aún mayor su gratitud a Dios por el don "sobreabundante" recibido. Desde ese momento el apóstol vive una vida nueva en comunión con Cristo, de quien obtiene la fuerza de la fe y la urgencia de la caridad. No olvida su vida anterior, de la que ha renegado, pero su recuerdo se convierte en motivo de humildad y de reconocimiento al Señor, y se define como "el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la iglesia de Dios" (1 Co 15, 9); y "el menor de todos los santos" (Ef 3, 8). Se convierte ahora en ejemplo para los discípulos de todos los tiempos: Pablo testimonia de forma evidente que nadie está tan alejado de Dios como para no poder ser alcanzado por su misericordia. Su confesión termina con una oración de acción de gracias y de alabanza. ¿Cómo no rendir el honor más alto al Señor, que muestra un amor tan grande con los pecadores?

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.