ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 8 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Primera Timoteo 1,18-20

Esta es la recomendación, hijo mío Timoteo, que yo te hago, de acuerdo con las profecías pronunciadas sobre ti anteriormente. Combate, penetrado de ellas, el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe; entre éstos están Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendiesen a no blasfemar.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Tras una breve mirada a su propia vocación (1, 12-17), Pablo vuelve a exhortar a Timoteo: lo llama "hijo" porque lo ha engendrado en la fe, y en este espíritu de comunión le pide que enseñe el Evangelio del amor y la misericordia, del que acaba de hablar recordando su conversión (1, 3-11). El apóstol recuerda al joven discípulo que los juicios extraordinarios (las "profecías") pronunciadas a favor suyo con ocasión de su investidura apostólica, y su enérgica acción en defensa del Evangelio, le empujaron a confiarle la responsabilidad de la comunidad de Éfeso. El apóstol usa el término "paratìthemai" (es decir, "confiar al cuidado de alguien") para indicar que se confía una cosa que no pertenece ni a quien lo confía ni al destinatario. De hecho Pablo confía a Timoteo lo que es de Cristo, la comunidad. Podríamos decir que el Espíritu de Dios, que vela por las Iglesias, se sirve incluso del consenso de los hermanos para indicar quién debe asumir la tarea de responsable de la comunidad. También a través de la "sucesión" en la guía pastoral de las comunidades se realiza lo que el Señor prometió a los discípulos: "Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). El vínculo con Cristo, que la "sucesión" pone de manifiesto ante todos, prepara a Timoteo para asumir la responsabilidad de pastor y para combatir "el buen combate" contra quien falsea el Evangelio. El apóstol compara de buen grado la vida del discípulo con la milicia, sobre todo cuando éste es llamado a tareas de responsabilidad en la Iglesia. En la segunda carta escribe: "Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús. Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la vida, si quiere complacer al que le ha alistado" (2, 3-4). El ministro, en cuanto soldado de Jesucristo en "el buen combate", debe adiestrarse en la lucha y el sufrimiento. No se trata por tanto de alcanzar simplemente algún tipo de perfección, sino de entrenarse para combatir el mal y construir la comunidad de los discípulos del Señor. Esto requiere atención y pasión, empeño y sacrificio, al igual que una batalla. La armadura más eficaz viene dada por la fe y la buena conciencia. Dicho de otro modo: es la escucha continua de la Palabra de Dios la que robustece la fe e ilumina la conciencia. Quien entra en batalla con una fe débil e incierta, con una conciencia inquieta e impura, se ve inexorablemente derrotado por el mal. Por tanto, es indispensable custodiar y alimentar la luz que nos llega de la Palabra de Dios y de la predicación apostólica. Los dos hombres que menciona Pablo, Himeneo y Alejandro, fueron probablemente colaboradores suyos en Éfeso. Se habla de un tal Himeneo como mentiroso en relación con la resurrección en 2 Tm 2, 17, y de un herrero llamado Alejandro contra el que Pablo pone en guardia en 2 Tm 4, 14. Ambos han sido "entregados a Satanás" por el apóstol porque amenazaban la existencia de la comunidad con su vida y su doctrina. La exclusión decidida por el apóstol es un acto de disciplina que nace del amor por la vida común, para protegerla de toda división y para que pueda crecer en el amor. La unidad de la comunidad es un tesoro precioso que debe ser defendido a toda costa.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.