ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 10 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Primera Timoteo 2,9-15

Así mismo que las mujeres, vestidas decorosamente, se adornen con pudor y modestia, no con trenzas ni con oro o perlas o vestidos costosos, sino con buenas obras, como conviene a mujeres que hacen profesión de piedad. La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión. No permito que la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio. Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar. Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión. Con todo, se salvará por su maternidad mientras persevere con modestia en la fe, en la caridad y en la santidad.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Pablo sabe que no es indiferente el modo en el que se reza; al contrario, la actitud que tienen entre sí los hermanos durante la oración manifiesta la calidad de la fraternidad. Se podría decir que la manera en que se realiza la oración común decide la propia forma de vida de la comunidad. Por ello el apóstol dicta algunas disposiciones sobre cómo rezar con "manos piadosas", con un corazón sincero, humilde y filial. En la oración los creyentes deben estar libres de "ira y discusiones", es decir, vivir en paz con todos, como Jesús había pedido: "Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda" (Mt 5, 23-24). Pablo sabe bien que la enemistad entre los hermanos y las hermanas es un pecado que obstaculiza el encuentro con Dios, y por tanto hace difícil la oración. Después dirige una exhortación a las mujeres: que su verdadero adorno no sea exterior sino interior, para que la belleza esté en el corazón, y no sólo en la apariencia. También Pedro en su primera carta escribe: "Que vuestro adorno no esté en el exterior, en peinados, joyas y modas, sino en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un espíritu dulce y sereno: esto es precioso ante Dios" (3, 3-4). Pablo prohíbe, además, levantarse para enseñar y hablar durante la liturgia. Ésta no es el lugar para la exhibición o el protagonismo de algunos, sino el momento en el que debe prevalecer sobre todo la escucha, y después la concordia y la fraternidad. El apóstol y la primera comunidad cristiana extraen el orden que debe reinar en la oración de las costumbres del Antiguo Testamento, que consideran a la mujer sometida al hombre. Es una concepción ligada a tradiciones antiguas y normas sociales consolidadas a lo largo del tiempo, que sin embargo no comprometen la igualdad fundamental entre hombre y mujer ni su misma dignidad ante Dios, que se cualifican en la santidad y en la tarea de comunicar el Evangelio a todos. El honor concedido a María, la Madre de Dios, indica cómo se ha de mirar a la mujer. Y el orden de la creación (Gn 3, 16) muestra la tarea de la maternidad confiada por Dios a la mujer casada, aunque naturalmente también es necesario que ella acoja el Evangelio para convertirse en una creyente que vive a la luz del Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.