ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 11 de marzo

Homilía

"El tiempo se ha cumplido. Convertíos y creed en la Buena Nueva", hemos escuchado al inicio de esta cuaresma. No dejemos pasar en vano este tiempo propicio para entrar de nuevo en nosotros mismos, para entender quiénes somos, para cambiar y tratar de ser mejores. "Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén". Sigamos a Jesús en su camino hacia la ciudad santa: él no escapa, no se salva a sí mismo, no pacta con el mal sino que se opone a él eligiendo la vía del amor, hasta el final. Esta elección suya es escándalo para los judíos, seguidores escrupulosos de una justicia sin misericordia, y locura para los paganos, para los que como máximo se ama a los que nos aman. Dios elige la debilidad y vence el mal con lo que está al alcance de todos y lo que hay de más humano en nosotros: el amor. Jesús acepta que sea destruido el templo de su cuerpo para destruir el mal y hacer resurgir la vida. Pero, ¿frente al mal todo eso no es algo inútil? ¿No se necesita algo muy distinto? A menudo pensamos que sí, e incluso llevamos la lógica del mundo hasta la misma casa de Dios. El mandamiento del mundo es "¡sálvate a ti mismo, piensa sólo en ti, la violencia se combate con violencia!". Jesús no sólo no quiere ser un vencido, sino que justamente no se salva a sí mismo porque quiere que todo resucite. Incluso la escena de la expulsión de los vendedores del templo es -a su modo- un arranque de celo por parte de Jesús.
Así se puede entender lo que dice el profeta: "El celo por tu casa me devorará". Hizo un látigo con cuerdas -señala Juan- y comenzó a echar a los vendedores y a volcar las mesas de los cambistas. Es un Jesús particularmente duro y resuelto; no puede tolerar que la casa del Padre sea contaminada, aunque se trate de un tipo de comercio pequeño, y en cierto modo indispensable. Jesús sabe bien que en un templo donde se admiten estos pequeños negocios se llega a vender y a comprar incluso la vida de un hombre por sólo treinta denarios. Pero, ¿cuál es el comercio que escandaliza a Jesús? Sin duda la lectura de esta página evangélica cuestiona nuestra manera de gestionar los edificios de culto y cuanto se relaciona con él: si realmente son lugares para la oración y el encuentro con Dios. Así, pide a quien tiene responsabilidades pastorales poner gran atención en sí mismos y en sus comunidades para que no se conviertan en escenarios para el propio egoísmo o el beneficio, sin atender al "celo por la casa del Señor". Pero hay otro mercado sobre el que conviene fijar nuestra atención: el que se desarrolla dentro del corazón, un mercado que escandaliza todavía más al Señor porque el corazón es el verdadero templo que Dios quiere habitar.
Ese mercado tiene que ver con el modo de concebir la vida, cuando se ve reducida a una especie de compraventa, de forma que nada se hace gratuitamente. De hecho se ha perdido el sentido -y sobre todo la práctica- de la gratuidad, la generosidad y la gracia; todo se hace por interés. Hoy día esta férrea ley parece presidir de forma inexorable la vida de los hombres: todos, quien más quien menos, estamos involucrados en el tráfico y el comercio para nosotros mismos y nuestro propio beneficio, sin importar si de dicha prácticas generalizadas crecen las malas hierbas de la arrogancia, la insaciabilidad y la voracidad que hacen la vida más amarga para todos. Lo que cuenta y lo que tiene valor es el beneficio personal a cualquier precio. Jesús entra hoy en nuestra vida, como entró en el templo, y derriba este primado: vuelca las mesas de nuestros intereses mezquinos y reafirma el primado de Dios. Es el celo que el Señor experimenta por cada uno de nosotros, por nuestro corazón, por nuestra vida, para que se abra para acoger a Dios. Por ello cada domingo el Evangelio se convierte en el látigo que Jesús usa para cambiar el corazón y la vida. Es más, cada vez que ese pequeño libro es abierto expulsa de los corazones el apego por uno mismo, y derriba la tenacidad en el perseguir a toda costa los propios intereses. El Evangelio es la "espada de dos filos" de la que habla la carta a los Hebreos, que penetra hasta la médula. Para Jesús no hay felicidad contra los demás, sin los demás, especialmente sin el primero de los demás que es Dios: ¡si no hay espacio para Dios mucho menos para los hermanos! Dejémonos cambiar el corazón por el Evangelio y encontraremos el camino de la felicidad y la resurrección. Hagamos de esta casa, con nuestra pasión y nuestro amor, un lugar de paz y de oración, para que los hombres aprendan a vivir en paz entre sí.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.