ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 12 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Primera Timoteo 3,1-7

Es cierta esta afirmación: Si alguno aspira al cargo de epíscopo, desea una noble función. Es, pues, necesario que el epíscopo sea irreprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios? Que no sea neófito, no sea que, llevado por la soberbia, caiga en la misma condenación del Diablo. Es necesario también que tenga buena fama entre los de fuera, para que no caiga en descrédito y en las redes del Diablo.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Tras haber hablado de la oración común el apóstol llama la atención de Timoteo sobre el cuidado en la elección de los responsables de la comunidad. Y comienza hablando del "epíscopo" (literalmente "el que custodia"). Pablo sabe que ese ministerio es "una hermosa obra". De hecho, el obispo es llamado a estar en medio de los discípulos "como el que sirve", precisamente como Jesús se mostró en la última cena, mientras lavaba los pies a los discípulos. La presencia del ministerio episcopal caracteriza hoy a las iglesias diocesanas, es decir, las comunidades que se reúnen entorno al obispo. Este ministerio, que da forma a las diócesis, no disminuye sin embargo la responsabilidad que cada discípulo tiene de "custodiar" la vida de los hermanos y las hermanas. En definitiva, cada discípulo está llamado a ser "epíscopo" para los demás, a "custodiar" la vida de los hermanos y también de los que encuentra en su ciudad. Lo requiere el espíritu de fraternidad que distingue a la comunidad respecto al resto de instituciones del mundo. Por ello, si bien la responsabilidad de ejercitar el ministerio de la "vigilancia" se le confía ciertamente al que es consagrado obispo, sin embargo también cada discípulo -obviamente cada uno según su propio carisma- debe sentirse responsable de "vigilar" por los demás hermanos y hermanas de la comunidad, para que el Evangelio sea vivido y comunicado. Esta responsabilidad es la que hace de la Iglesia una familia, y no una institución del mundo. A pesar de su función de guía, el obispo -aunque se podría extender la exhortación a cada uno de los creyentes- no debe olvidar que sobre todo debe ser un buen discípulo, es decir, un hijo que en todo depende de Dios. Éste es el sentido de la "irreprensibilidad" de la que habla el apóstol. Obviamente Pablo no pretende tratar aquí sobre la estructura sacramental del orden sagrado; se habla sobre todo de la autoridad. En la Iglesia esta autoridad del pastor se funda ante todo en la ejemplaridad de la vida, de la que brota esa palabra que cambia, que ayuda, que mueve los corazones. El apóstol pide que el "epíscopo" se haya "casado una sola vez", como queriendo subrayar la fidelidad a un solo vínculo. Debe ser además moderado, es decir, sensato y sabio en el juzgar y el decidir, y pronto a la hospitalidad. Además de tener aptitudes para la enseñanza no debe darse a la bebida, ni aparecer violento ni pendenciero; su guía debe ser dulce y desinteresada. Pablo, casi como subrayando el vínculo que existe entre familia de Dios y familia doméstica, pide al obispo las mismas dotes del buen padre de familia: sólo quien sabe ser padre, hermano e hijo en el espíritu del Evangelio podrá indicar el camino preciso de la fraternidad cristiana a los hermanos y las hermanas de la comunidad. Considerando después la madurez en la fe que se le pide a quien recibe la responsabilidad de pastor, no es bueno que sea un "neófito". Y es significativa la petición de que tenga "buena fama entre los de fuera", es decir, entre aquellos que no forman parte de la comunidad cristiana. El espíritu con que se vive en la comunidad no afecta sólo a quien forma parte de ella; constituye en sí misma un anuncio del Evangelio y el testimonio de un nuevo modo de vivir. El obispo, como cualquiera que tenga una responsabilidad, -y en última instancia todo creyente-, representa a toda la comunidad ante los hombres. Con su vida irreprensible hace creíble el Evangelio y ayuda a la comunidad a gozar de la "simpatía" de todo el pueblo, como señalan los Hechos a propósito de la primera comunidad cristiana.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.