ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 16 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Primera Timoteo 4,12-16

Que nadie menosprecie tu juventud. Procura, en cambio, ser para los creyentes modelo en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe, en la pureza. Hasta que yo llegue, dedícate a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza. No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros. Ocúpate en estas cosas; vive entregado a ellas para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Vela por ti mismo y por la enseñanza; persevera en estas disposiciones, pues obrando así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Pablo escribe a Timoteo pero pretende advertir a la comunidad para que no desprecie la juventud del discípulo y por tanto para que lo acoja como "epíscopo". Timoteo tenía cerca de treinta años, y desde los trece seguía al apóstol. Evidentemente alguno no lo tenía en su justa consideración. El apóstol sabe bien que en la comunidad la autoridad no deriva de los años o de las cualidades humanas, sino de la llamada a desempeñar tal servicio y de la autenticidad de la vida evangélica que ha de tener quien se ve investido por tal llamada. Por eso Pablo lo presenta como su enviado, y a la vez lo exhorta a ser ejemplar "en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe, en la pureza". Esta talla espiritual, junto con el encargo recibido, le dará la legitimidad necesaria para guiar con sabiduría y autoridad la comunidad. Pablo ya ha comunicado su intención de unirse a él lo más pronto posible (3, 14), pero ruega a Timoteo que hasta que él llegue desempeñe su servicio mediante la "lectura" de la Sagrada Escritura en las asambleas eclesiales. La frecuentación de la Escritura debe ir seguida de "la exhortación" y "la enseñanza": las Sagradas Escrituras necesitan ser "predicadas", es decir, desmenuzadas y aplicadas al momento presente para que la Palabra de Dios que contienen llegue al corazón de los creyentes y los transforme. Es obvio que para hablar con autoridad, para explicar con eficacia el Evangelio en la predicación es necesaria la ayuda del Espíritu del Señor. Pablo recuerda a Timoteo el "carisma" de gracia que ha recibido mediante la imposición de las manos por parte del apóstol y del colegio de ancianos. Las exhortaciones se vuelven por tanto apremiantes para que Timoteo no descuide todo esto: "Ocúpate en estas cosas" -le insiste el apóstol. Así crecerá en la sabiduría y el testimonio, "para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos" -le dice con afecto. Pablo le invita a profundizar en el estudio de las Sagradas Escrituras y a vivirlas cada día; crecer en el conocimiento de las Escrituras y en el amor del Señor le dará la autoridad necesaria para guiar la comunidad. Su "salvación" y la de la comunidad dependen de cómo sepa disciplinarse, dar buen ejemplo y anunciar el Evangelio.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.