ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 21 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Primera Timoteo 6,1-2

Todos los que estén como esclavos bajo el yugo de la servidumbre consideren a sus dueños como dignos de todo respeto, para que no se blasfeme del nombre de Dios y de la doctrina. Los que tengan dueños creyentes no les falten al respeto por ser hermanos, sino al contrario, que les sirvan todavía mejor por ser creyentes y amigos de Dios los que reciben sus servicios. Esto debes enseñar y recomendar.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Pablo concluye sus disposiciones para una sabia acción pastoral en la comunidad con algunas breves exhortaciones a los esclavos. Junto con las viudas (5, 3-16) ellos representan los miembros más pobres de la comunidad cristiana, y es significativo que el apóstol dé a Timoteo disposiciones precisas respecto a ello. En realidad, en los escritos del Nuevo Testamento aparece con cierta claridad este aspecto de la pastoral; también en la carta a los Efesios dirige a los esclavos no pocas exhortaciones sobre cómo deben vivir y comportarse (Ef 6, 5-8). Pablo conoce bien su difícil situación: la define con la expresión "estar bajo el yugo". Sometidos a la voluntad de sus amos, se les priva del derecho de disponer libremente de sí. De aquí nace para el esclavo cristiano una tarea especialmente difícil. Si el esclavo cristiano está al servicio de un amo pagano, a pesar de saber que posee la libertad de Cristo (1 Co 7, 22) no debe rebelarse negándole el respeto. Pablo de ningún modo quiere favorecer la resignación de los esclavos a su condición, ni hacerla inmutable en el tiempo. Por el contrario, el apóstol, afirmando el testimonio eficaz del Evangelio por parte del esclavo, echa por tierra la razón misma de la esclavitud: la fraternidad radical entre los hombres es el comienzo de la más profunda revolución en las relaciones humanas. El Evangelio, afirmando la paternidad de Dios sobre todos, compromete a los creyentes a cambiar el mundo de forma radical, y por tanto a no resignarse a las situaciones de injusticia a las que los hombres y las mujeres se ven obligados (o se obligan ellos mismos) a vivir. Y el cambio será tanto más real y más profundo cuanto más se transforme el propio corazón. Porque es en el corazón donde echan raíz y prosperan todas las injusticias, incluida la esclavitud. La historia nos enseña que el fermento evangélico debe transformar también la cultura para que puedan tener lugar cambios profundos. Incluso las que hoy se denominan "estructuras de pecado" (como podría ser hasta hace un siglo la esclavitud) pueden ser cambiadas a partir del cambio del corazón, de la mente y de la cultura en la que la sociedad se encuentra inmersa. El Evangelio que Pablo predica tanto a amos como a esclavos es fuente de un nuevo humanismo que vacía desde dentro la estructura "pecaminosa" de la esclavitud. Y si el amo es también cristiano, Pablo pide a los dos que vivan en el espíritu de la fraternidad que el Evangelio ha venido a instaurar en la tierra: el esclavo no debe despreciar a su amo, y viceversa. Ambos deberían rivalizar en la estima recíproca y en la ayuda mutua como hermanos en Cristo. El amor es la levadura que transforma el corazón, y por tanto toda la sociedad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.