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Sábado 7 de abril

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Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Lucas 23,50-56

Había un hombre llamado José, miembro del Consejo, hombre bueno y justo, que no había asentido al consejo y proceder de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús y, después de descolgarle, le envolvió en una sábana y le puso en un sepulcro excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Preparación, y apuntaba el sábado. Las mujeres que habían venido con él desde Galilea, fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo, Y regresando, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron según el precepto.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Una persona buena y justa no secundó la decisión de matar a Jesús; de esta negativa nace un gesto de piedad hacia aquel muerto. Es José de Arimatea. Otro José llega al final de la vida de Jesús, lo baja de la cruz y lo envuelve en una sábana, depositándolo en un sepulcro nuevo. A él se unen también las mujeres que habían seguido a Jesús. Ante el sepulcro, ante el dolor de este mundo, ante la muerte, ante el sueño de los discípulos, ante el sufrimiento, queda sólo la fe en las palabras de Jesús que se ha abandonado al Padre. Escribe Lucas: "Era el día de la Preparación y apuntaba el sábado". Quizá no eran sólo las luces de una ciudad que se despertaba, sino también las de una nueva hora, de un nuevo día, para aquel hombre y para el mundo. Ante la plaga de dolor, quien no se suma a la decisión de matar y de oprimir al hombre no está llamado sólo a llorar, sino también a creer, a rezar y a tener esperanza en una hora diferente. La tradición de la Iglesia -basándose en los pasajes de la Escritura que hablan de la bajada a los infiernos de Jesús- sostiene que este día Jesús descendió a los "infiernos", el lugar donde habitan los muertos, para tomarlos consigo y llevarlos al paraíso, comenzando por Adán y Eva. Es el icono de la Pascua, venerado en la tradición ortodoxa. Es a partir de aquí que comienza la resurrección. Todavía hoy Jesús continúa descendiendo a los "infiernos" de este mundo para arrancar de las manos de la muerte a todos los que han sufrido la violencia del mal y conducirlos al cielo. También a ellos les dice: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.