ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 18 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tito 1,5-9

El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené. El candidato debe ser irreprochable, casado una sola vez, cuyos hijos sean creyentes, no tachados de libertinaje ni de rebeldía. Porque el epíscopo, como administrador de Dios, debe ser irreprochable; no arrogante, no colérico, no bebedor, no violento, no dado a negocios sucios; sino hospitalario, amigo del bien, sensato, justo, piadoso, dueño de sí. Que esté adherido a la palabra fiel, conforme a la enseñanza, para que sea capaz de exhortar con la sana doctrina y refutar a los que contradicen.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, que quizá previamente haya dado a Tito de viva voz criterios para la elección de los responsables de la comunidad, se los repite ahora en la epístola. Le recuerda que el presbítero debe tener buena fama, saber gobernar la casa, ser capaz de educar a los hijos en la honestidad, el pudor y la obediencia. Por lo demás, la Iglesia es también ella una familia, y Dios la confía a algunos de sus hijos para que la administren con sabiduría. El apóstol escribe en otra parte que el "epíscopo" es precisamente "administrador de Dios" (cf. 1 Co 4, 1), y en la comunidad debe gobernar y administrar como haría un administrador diligente que desempeña su tarea en una hacienda (cf. Lc 12, 42 ss.). El pastor, por tanto, está llamado a ser un instrumento fiel al servicio del Señor, alejando de sí y de su comportamiento toda forma de egoísmo, de prepotencia, de avaricia y presunción. Una conducta alejada del Evangelio -como el apóstol indica en este pasaje de la carta- traiciona la misión confiada al pastor por Dios mismo. La ejemplaridad requerida al pastor debe encontrarse también en todo miembro de la familia de Dios: todo discípulo, de hecho, está llamado a sentir y vivir con responsabilidad la vida de la comunidad entera. La sabiduría, la justicia y la piedad que adornan al responsable de la comunidad deben ser practicadas por todos los discípulos, precisamente porque el misterio de la Iglesia es ser un único cuerpo, una única familia de la que todos son responsables, aunque obviamente de forma diferenciada. En este contexto, el apóstol recuerda la tarea central del pastor, responsabilidad de todo creyente: la fidelidad a la "palabra fiel, conforme a la enseñanza". En esta exhortación se funda la tradición viva de la Iglesia: toda generación cristiana transmite a la siguiente el Evangelio escuchado y vivido. Esta fidelidad ininterrumpida al Evangelio hace estable la comunidad y refuerza su testimonio.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.