ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 20 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tito 2,1-10

Mas tú enseña lo que es conforme a la sana doctrina; que los ancianos sean sobrios, dignos, sensatos, sanos en la fe, en la caridad, en la paciencia, en el sufrimiento; que las ancianas asimismo sean en su porte cual conviene a los santos: no calumniadoras ni esclavas de mucho vino, maestras del bien, para que enseñen a las jóvenes a ser amantes de sus maridos y de sus hijos, a ser sensatas, castas, hacendosas, bondadosas, sumisas a sus maridos, para que no sea injuriada la Palabra de Dios. Exhorta igualmente a los jóvenes para que sean sensatos en todo. Muéstrate dechado de buenas obras: pureza de doctrina, dignidad, palabra sana, intachable, para que el adversario se avergüence, no teniendo nada malo que decir de nosotros. Que los esclavos estén sometidos en todo a sus dueños, sean complacientes y no les contradigan; que no les defrauden, antes bien muestren una fidelidad perfecta para honrar en todo la doctrina de Dios nuestro Salvador.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol exhorta a Tito a predicar a partir de la "sana doctrina": sólo a ella debe ser fiel, y es necesario que la transmita sin añadir ni quitar nada. No se trata de una teoría abstracta sino de una guía que genera nuevos comportamientos. Todo creyente, según su condición, debe traducir en su vida cotidiana lo que ha aprendido. El apóstol cita en primer lugar a los ancianos: en ellos debe resplandecer la fe, el amor y la paciencia. Por su parte invita a las ancianas a manifestar a través de su conducta la fe de discípulas maduras; por ello deben dominar la lengua y evitar toda murmuración. Las invita además a sentir la responsabilidad de ser, mediante su propia vida, verdaderas maestras de buenas obras para las jóvenes esposas. Estas últimas -escribe Pablo- deben ser esposas y madres ejemplares, siendo el amor por el marido y los hijos una elección decisiva en sus vidas. Estas cualidades, que no son solamente cristianas, se vuelven aún más ricas y robustas gracias a la fe. Una mujer cristiana que vive el Evangelio no dará nunca ocasión de despreciar la doctrina de Cristo, ni ofrecerá al marido pagano un pretexto para juzgar negativamente el cristianismo. Al contrario, el apóstol afirma que su comportamiento evangélico constituirá una ocasión propicia para que los que "no creen en la palabra, sean ganados no por las palabras sino por la conducta de sus mujeres" (1 P 3, 1). La exhortación a los jóvenes es breve: Pablo les pide sabiduría y autodisciplina. En realidad todo miembro de la comunidad debe actuar ejemplarmente para que resplandezca el Evangelio. Por ello el apóstol se dirige directamente a Tito subrayando que su ejemplo es más eficaz que cualquier palabra: la vida y la predicación deben ser tan luminosas que todos los enemigos, tanto dentro de la comunidad como fuera, deban enmudecer. Se dirigen también unas palabras a los esclavos cristianos, a menudo obligados a vivir y trabajar en casas paganas, y por tanto en ambientes idólatras: también ellos, a pesar de su humilde y difícil condición, deben dar testimonio de la belleza y la fuerza del cristianismo. Escribe Pablo que a través de su obediencia, bondad, fidelidad y honestidad, incluso hacia a un amo pagano, se asegura un precioso honor para la fe cristiana.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.