ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 22 de abril

Homilía

El Señor resucitado no se aparece una sola y definitiva vez, sino que continúa manifestándose. Encuentra a sus discípulos incrédulos, llenos de estupor, de dudas, fácilmente arrastrados por la vida de siempre: le toman por un fantasma. Jesús conoce la debilidad de nuestra vida, cuán fácilmente nos turbamos ante el mal, la incertidumbre, el sentido de finitud, las dificultades. Turbación y mezquindad, miedo y agresividad, temor y puertas cerradas: los discípulos se revelan como hombres realistas, que saben cómo funcionan las cosas. Han visto, han sido defraudados en la esperanza, ya no quieren dejarse llevar por la confianza, se sienten con el derecho de vivir tal como son, sin escuchar más, sin cambiar. Es nuestro modo habitual de comportarnos en todos los ámbitos. ¡Qué fácilmente caemos prisioneros de la lógica de las cosas, endurecidos por las desilusiones, condicionados en el fondo por el mal que quiere impedir la esperanza, que desaconseja la confianza! Todos los discípulos son asaltados por las dudas, por la incertidumbre. ¿Cómo se puede hacer creer aún que el amor vence en un mundo donde se afirman la astucia, las armas, el poder, el individualismo, la agresividad? El mal endurece el corazón, aconseja no dejarse llevar en absoluto de la pasión por los demás, conservar sólo aquello que se es y se posee. Tal vez no se es malo, pero no se sabe querer; se juzga sin amar porque ya no existe el amor, ha acabado, se ha perdido, ha sido arrebatado. Para algunos de los discípulos, las dudas de siempre, las insensibilidades, las incomprensiones hacia un maestro tan distinto de su mentalidad, surgen quizá de nuevo tras su muerte, sin que sean contrastadas. Tal vez se ponen a discutir otra vez entre ellos, como cuando querían establecer quién era el más grande
Los dos discípulos que iban camino de Emaús habían vuelto de prisa a Jerusalén y estaban contando a los demás lo que les había sucedido: un peregrino se les había acercado, había inflamado su corazón y finalmente lo habían reconocido. Aquel hombre que había partido el pan para ellos, que había acogido su petición de quedarse con ellos porque el día estaba por acabar, era Jesús. Y él se había quedado. El día de Pascua puede no acabar; la oscuridad de la noche no prevalece, la tristeza puede encontrar alegría y esperanza verdaderas.
Estaban hablando de estas cosas cuando el mismo Jesús se presenta en medio de los discípulos y les saluda de nuevo diciéndoles "La paz con vosotros". Jesús no parece escandalizarse por su incredulidad: dona la paz a quien está confuso, vacilante, dubitativo, incrédulo, testarudamente aferrado a sus propias convicciones, tardo de corazón. ¡Cuánto necesitamos esta paz! Paz y comunión, alegría de vivir. Paz es un corazón nuevo que regenera lo que es viejo, es la energía que devuelve vida y esperanza a la vida de siempre. Paz es alguien que me comprende profundamente, incluso en lo que no sé explicar, que no me humilla en mi debilidad y en mi pecado sino que continúa queriéndome junto a sí y hablándome. Paz es alguien con quien puedo contar; paz no es el pequeño éxito individual, la satisfacción del orgullo. Paz a vosotros, vacilantes, contradictorios, dubitativos, testarudos, dice Jesús. Él es la paz que vence toda división, la paz del corazón, que libera de tantos pesos que nos vuelven tristes y cerrados. Es la paz entre el cielo y la tierra.
Los discípulos se quedan sorprendidos y asustados; hablaban justamente de él y no lo saben reconocer, están aferrados a sus dudas. Hay una sutil tentación en la duda, que se convierte en la forma de no elegir nunca, de mantener un espacio interior reservado. La duda viene por sí misma, pero cultivarla y acariciarla acaba por hacernos creer astutos e inteligentes, entristeciéndonos. Jesús se convierte en un fantasma, y un fantasma da miedo, es una presencia lejana, irreal, intangible. Jesús ya se había aparecido, pero les cuesta creer y reconocerlo vivo y presente en medio de ellos: sigue siendo un fantasma, irreal, virtual, una sensación y no un cuerpo.
Jesús "abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras". Sólo escuchando el corazón comprende; acogiendo, encontrando el cuerpo de Jesús, se abre la mente a la comprensión. Jesús no sólo quiere liberar a los suyos del temor y del miedo, mostrar de forma concreta la fuerza de su resurrección: pide ser testigo, convertirse en hombres que esperan y creen que toda herida puede sanar. Quiere que seamos testigos, no funcionarios prudentes y vacilantes; testigos, no discípulos miedosos, protegidos por puertas cerradas; testigos que vivan aquello que comunican, y que comunicándolo aprendan a vivirlo. Quiere que seamos testigos para combatir la ley de lo imposible que lo sabe todo pero mata la esperanza. Estamos invitados a convertirnos en testigos que creen en la fuerza del amor, que hace nuevo lo que es viejo y que hace volver de la muerte a la vida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.