ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Recuerdo de San Adalberto, obispo de Praga. Sufrió el martirio en Prusia oriental, donde había ido para anunciar el Evangelio (+997). Residió largo tiempo en Roma, donde se venera su recuerdo en la basílica de San Bartolomé de la Isla Tiberina. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 23 de abril

Recuerdo de San Adalberto, obispo de Praga. Sufrió el martirio en Prusia oriental, donde había ido para anunciar el Evangelio (+997). Residió largo tiempo en Roma, donde se venera su recuerdo en la basílica de San Bartolomé de la Isla Tiberina.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tito 3,1-7

Amonéstales que vivan sumisos a los magistrados y a las autoridades, que les obedezcan y estén prontos para toda obra buena; que no injurien a nadie, que no sean pendencieros sino apacibles, mostrando una perfecta mansedumbre con todos los hombres. Pues también nosotros fuimos en algún tiempo insensatos, desobedientes, descarriados, esclavos de toda suerte de pasiones y placeres, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros. Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, él nos salvó, no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo exhorta a Tito a recordar a los cristianos su deber común hacia las autoridades. Precisamente por ser discípulos de Jesús deben obediencia y sumisión a las autoridades, aunque sean paganas. El apóstol había expuesto ya en la carta a los Romanos el fundamento de esta obediencia, afirmando que toda autoridad viene de Dios. En la joven comunidad de Creta los fieles vivían en medio de un pueblo pagano y sufrían calumnias, desprecios y resentimientos personales. Como discípulos de Jesucristo debían tener siempre una paciencia indulgente y un amor abnegado: no se devuelve mal por mal, sino que se vence al mal con el bien (cf. Rm 12, 20 ss.). La razón de estos buenos sentimientos hacia aquellos de los que se reciben ofensas nace de la conciencia humilde que el cristiano tiene de sí mismo; además, no mucho tiempo antes los cristianos eran como los demás paganos. Todos los hombres son de hecho "insensatos", es decir, con una vida desorientada, esclava del pecado y de la muerte, como pone en evidencia el dominio ejercido por las pasiones que destruyen la vida de los individuos y de la colectividad. El cristiano no debe nunca olvidar la condición de pecado en la que se encontraba y de la cual ha sido salvado mediante la gracia: "Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, él nos salvó, no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia" (vv. 4-5). Si un creyente acoge con fe el amor de Dios y se abandona a Jesús, es salvado de la perdición con "el baño de regeneración". Se trata de ser "engendrados por Dios" (Jn 1, 12 ss.), es decir, de vivir un "nuevo nacimiento" (Jn 3, 3). A este "baño de regeneración" va unida la "renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador". Regeneración significa el cambio radical que sobreviene en la vida del creyente por obra de Dios. Por tanto somos deudores del amor del Dios por lo que se ha operado en nosotros. De aquí la advertencia del apóstol: "¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?" (1 Co 4, 7). Con la regeneración a la nueva vida recibimos otro gran don: ser herederos de la vida eterna. Pablo escribe a los Gálatas que con el baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo hemos obtenido la condición de hijos. "Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios" (Ga 4, 5-8).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.