ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Jueves 17 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Efesios 1,15-23

Por eso, también yo, al tener noticia de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestra caridad para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros recordándoos en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente; iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero. Bajo sus pies sometió todas la cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo da las gracias a Dios por la fe de los efesios y también por el amor fraterno que viven. La comunidad de Éfeso, por la que siente un especial afecto, es objeto de sus oraciones. Y para ellos pide el don del Espíritu para que sean llevados a un conocimiento profundo del misterio de Dios. Solo el Espíritu guía a los corazones de los creyentes hasta la intimidad con Dios. Su obra, de hecho, consiste en "iluminar los ojos del corazón", es decir, comunicar al creyente aquella sabiduría que no nace del razonamiento natural sino de la obediencia a la Palabra de Dios. Por la relación con las sagradas Escrituras, los efesios pueden comprender "cuál es la esperanza a que habéis sido llamados", es decir, cuán alta es la meta de los creyentes. El apóstol es consciente de la "riqueza de la gloria otorgada por él en herencia" y que nos ha reservado. Por desgracia a veces lo olvidamos o, mejor dicho, no lo vivimos. Pablo amplía la mirada a los "santos", es decir, a la Iglesia universal del cielo y de la tierra: los ángeles y los difuntos que ya comparten la gloria divina, y aquellos a los que nos unimos nosotros en el camino hacia la meta. Todos estamos como revestidos por la potencia de Dios que se ha manifestado plenamente en la resurrección de Jesús (v. 20): Dios hizo morir a la muerte y volvió a llamar a los creyentes a la vida. A través de la historia de Israel, el Señor había preparado la resurrección de Jesús, el acto escatológico por excelencia. Y con la resurrección lo puso a su derecha desde donde reina sobre las potencias cósmicas. Nuestra cultura ya no habla de seres que pueblan los cielos, en los que la antigüedad creía de manera espontánea. Sin embargo, no faltan en la actualidad "principados y potestades", "virtudes y dominaciones" que amargan la vida de mucha gente en este mundo nuestro. Reconocer la supremacía de Cristo significa devolver al mundo su verdadero rostro de "creación", orientada a ser habitada por todos, y ofrecer al hombre la libertad de amar y de ser amado. En este punto el apóstol habla de la Iglesia como "cuerpo de Cristo": es la Iglesia universal. Pero aunque Cristo es proclamado cabeza del cosmos y de la Iglesia, solo la Iglesia es considerada su cuerpo, solo la Iglesia tiene una relación privilegiada con el Señor: solo en ella la soberanía del Resucitado es ya ahora clara y efectiva. Es una relación que el apóstol define con el término pleroma, es decir, plenitud. La Iglesia, a pesar de todos los límites de sus miembros, es rica en la plenitud de Cristo que habita en ella.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.