ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
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Domingo de la Ascensión Leer más

Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 20 de mayo

Homilía

El Señor Jesús "asciende" al cielo. Antes de morir les había tranquilizado diciendo que iba a preparar un lugar para que también ellos pudieran ir al lugar al que iba. Vosotros "sabéis el camino", había dicho. Tomás, el hombre de las cosas concretas, el que tienen "los pies en el suelo", manifestó su incomodidad y dificultad por entender un camino que llevaba al cielo y preguntó: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?". ¿A dónde vas? ¿Cuál es el camino hacia el cielo? ¿Es un camino que requiere un esfuerzo sobrehumano? ¿Es solo para unos pocos héroes? ¿Cómo podemos seguirlo nosotros, que muchas veces tenemos dificultades por comprender los caminos de la tierra, que nos perdemos en medio de la confusión, de la incertidumbre, de las dificultades, que no sabemos elegir?
Yo soy el Camino, dijo Jesús. Y lo enseña subiendo al cielo. Quererle, encontrarle en sus hermanos más pequeños, tomarse en serio su palabra es el camino del cielo. Todos lo pueden recorrer. La fiesta de la Ascensión es sumamente oportuna. Es una gracia que se concede a los hombres porque abre un resquicio sobre el futuro de la historia humana, y aún más, sobre toda la creación. No es un futuro genérico, más o menos ideológico y abstracto, sino concreto: está hecho de "carne y huesos como veis que yo tengo", podríamos decir parafraseando una afirmación de Jesús. Él es el primero que lo inaugura entrando con todo su cuerpo, con su carne y su vida, que son carne y vida de este mundo nuestro. Desde aquel día el cielo empieza a poblarse de la tierra o, con el lenguaje del Apocalipsis, empiezan el cielo nuevo y la tierra nueva. El Señor los inaugura y los abre para que todos podamos tomar parte en ellos. Ya su madre, María, ha ido con él, pues también ella ascendió con su cuerpo. La Ascensión es el misterio de la Pascua visto en su cumplimiento, vislumbrado desde el fin de la historia. La Ascensión no es solo la entrada de un justo en el reino de Dios, sino la gloriosa entronización del Hijo "sentado a la diestra" del Padre. Esta representación, tomada del lenguaje bíblico, expresa simbólicamente el poder de gobierno y de juicio sobre la historia humana del Cristo resucitado: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra", dice Jesús a los discípulos después de la Pascua (Mt 28,18). Ya no estamos sumergidos en una historia sin orientación, víctimas de la casualidad, de los astros o de fuerzas oscuras e incontrolables.
Tenemos que ser sus testimonios. Nos lo pide Jesús a todos, sin excluir a nadie, no por un tiempo sino para siempre. No seamos discípulos para nosotros mismos, para explotar su bondad, para quedarnos con lo que nos interesa y pensar que podemos arreglárnoslas solos, para hacer una introspección continua sobre nosotros y estar siempre en el centro. No seamos discípulos para creer que somos mejores que los demás. Seamos discípulos porque él nos ha amado y nos ha elegido, para ir y dar fruto. Él nos confía su fuerza. Si no lo comunicamos, el amor termina; si intentamos poseerlo, hacerlo nuestro, lo perdemos.
Jesús envía a los suyos por todo el mundo, porque el discípulo es hermano universal, es ciudadano del mundo, se siente en casa con todos, es familiar de cada uno. El discípulo habla la lengua nueva, la del cielo, lengua del amor, que toca el corazón. El discípulo expulsa los demonios, es decir, los pensamientos de soledad, las costumbres de venganza, de odio, de división, de enemistad que a menudo se convierten como un demonio que deforma el corazón e impide que los hombres sepan vivir en paz entre ellos. Comunica el Evangelio no el hombre perfecto, el experto, el puro, no el que se pone a hacer de maestro y explica una lección. Comunica el Evangelio el que, siendo pecador, se decanta por la fuerza del amor por todos, sobre todo por quien es pobre y débil. Ese es el camino hacia el cielo. Y provocan tristeza aquellos que escrutan los cielos (pienso en los horóscopos...) en búsqueda de signos de protección para ahuyentar el miedo y la inseguridad de la vida. El Señor ascendido es nuestro cielo y nuestra seguridad. Él nos atrae al futuro que él ya ha alcanzado plenamente. A los discípulos de todos los tiempos les da el poder de dirigir la historia y la creación hacia aquella meta: ellos pueden expulsar demonios y hablar la lengua nueva del amor; pueden neutralizar las serpientes tentadoras y derrotar las insidias venenosas de la vida; pueden curar a los enfermos y consolar a quien lo necesita. Esta es la fuerza que sostiene y guía a los discípulos hasta los extremos de la tierra y hasta el futuro de la historia. El Evangelio de Marcos termina diciendo: "Salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.