ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 2 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Tesalonicenses 2,17-3,11

Mas nosotros, hermanos, separados de vosotros por breve tiempo - físicamente, mas no con el corazón - ansiábamos con ardiente deseo ver vuestro rostro. Por eso quisimos ir a vosotros - yo mismo, Pablo, lo intenté una y otra vez - pero Satanás nos lo impidió. Pues ¿cuál es nuestra esperanza, nuestro gozo, la corona de la que nos sentiremos orgullosos, ante nuestro Señor Jesús en su Venida, sino vosotros? Sí, vosotros sois nuestra gloria y nuestro gozo. Por lo cual, no pudiendo soportar más, decidimos quedarnos solos en Atenas y os enviamos a Timoteo, hermano nuestro y colaborador de Dios en el Evangelio de Cristo, para afianzaros y daros ánimos en vuestra fe, para que nadie vacile en esas tribulaciones. Bien sabéis que este es nuestro destino: ya cuando estábamos con vosotros os predecíamos que íbamos a sufrir tribulaciones, y es lo que ha sucedido, como sabéis. Por lo cual también yo, no pudiendo soportar ya más, le envié para tener noticias de vuestra fe, no fuera que el Tentador os hubiera tentado y que nuestro trabajo quedara reducido a nada. Nos acaba de llegar de ahí Timoteo y nos ha traído buenas noticias de vuestra fe y vuestra caridad; y dice que conserváis siempre buen recuerdo de nosotros y que deseáis vernos, así como nosotros a vosotros. Así pues, hermanos, hemos recibido de vosotros un gran consuelo, motivado por vuestra fe, en medio de todas nuestras congojas y tribulaciones. Ahora sí que vivimos, pues permanecéis firmes en el Señor. Y ¿cómo podremos agradecer a Dios por vosotros, por todo el gozo que, por causa vuestra, experimentamos ante nuestro Dios? Noche y día le pedimos insistentemente poder ver vuestro rostro y completar lo que falta a vuestra fe. Que Dios mismo, nuestro Padre y nuestro Señor Jesús orienten nuestros pasos hacia vosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo se marchó y dejó a la comunidad cuando esta todavía le necesitaba como pastor. Para él fue como si le separasen de sus hijos. Sentía por ellos un amor visceral, apasionado, como el de un padre. Y aunque no menciona los impedimentos que le privaron volver, escribe: "Satanás nos lo impidió". Pablo es consciente, entre otras cosas por numerosas y dramáticas experiencias personales, de que el trabajo apostólico es una verdadera batalla contra Satanás. Y, al igual que todo discípulo, también él es llamado a tomar parte en dicha batalla para que Dios venza al adversario. Y dirige su mirada hacia la "gloriosa venida" del Señor (cf. 1,10), cuando se producirá la victoria final. Entonces, escribe, habrá una gran fiesta (4,13-18). Es el día de la "venida" de Cristo. El creyente debe tener, pues, la mirada fijada hacia delante, hacia aquel día en el que Jesús someterá plenamente al enemigo a su poder soberano. Mientras tanto cada uno de nosotros obtiene la salvación en la medida en la que cumple la misión que le ha confiado Jesús. Y Pablo sabe que su propia salvación se hará realidad si lleva a cabo el anuncio del Evangelio a los paganos. En ese contexto hay que interpretar su ansia de predicador: "¡Ay de mí si no predico el Evangelio!" (1 Co 9,16). Y así es -o mejor dicho, así debe ser- para todo discípulo de Jesús y sobre todo para todo pastor (para todo aquel que tenga responsabilidades en la comunidad cristiana): la salvación de cada uno está asociada a la predicación del Evangelio. Pablo mira con esperanza al futuro porque ya ahora puede presentar a Jesús las comunidades que ha engendrado. Y en eso basa su "esperanza" de salvarse. Escribe a los corintios: "Por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí" (1 Co 15,10). De ahí surge su alegría. No debemos dejarnos atrapar por la resignación o por el desánimo a causa de nuestros pecados. El Señor nos dará su gracia para que levantemos la mirada hacia los hermanos y las hermanas y gastemos nuestra vida por ellos y por el Evangelio.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.