ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 4 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Tesalonicenses 3,1-5

Por lo cual, no pudiendo soportar más, decidimos quedarnos solos en Atenas y os enviamos a Timoteo, hermano nuestro y colaborador de Dios en el Evangelio de Cristo, para afianzaros y daros ánimos en vuestra fe, para que nadie vacile en esas tribulaciones. Bien sabéis que este es nuestro destino: ya cuando estábamos con vosotros os predecíamos que íbamos a sufrir tribulaciones, y es lo que ha sucedido, como sabéis. Por lo cual también yo, no pudiendo soportar ya más, le envié para tener noticias de vuestra fe, no fuera que el Tentador os hubiera tentado y que nuestro trabajo quedara reducido a nada.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo acababa de rogar a Silvano y a Timoteo que fueran a Berea y a Atenas (Hch 17,15), pero la noticia de los ataques persecutorios a la comunidad de Tesalónica (2,14; 3,3ss.) hacen que sea nuevamente necesario separarse. La decisión de quedarse solo en Atenas no le resulta fácil, entre otras cosas porque Timoteo es para él un "hijo querido" y un "hermano", aunque también un "colaborador de Dios en el Evangelio de Cristo" y, por tanto, tiene la tarea primaria de continuar la predicación. El amor de Pablo por la comunidad de Tesalónica es más fuerte que el amor que tiene por sí mismo, hasta el punto de privarse del amigo para enviarlo a la comunidad que lo necesita porque está en peligro. Él -escribe Pablo- viene "para afianzaros y daros ánimos en vuestra fe, para que nadie vacile en esas tribulaciones" (3,2-3). Los sufrimientos a causa del Evangelio son un destino para todas las comunidades cristianas. El Evangelio es distinto al mundo. Y esta "profecía" suya inevitablemente provoca la oposición del mundo. Profecía y hostilidad son dos dimensiones inseparables en la vida de la Iglesia. A modo de confirmación, el apóstol indica que también hay dificultades en Corinto. Y los cristianos de Tesalónica lo saben: "Bien sabéis que este es nuestro destino: ya cuando estábamos con vosotros os predecíamos que íbamos a sufrir tribulaciones, y es lo que ha sucedido, como sabéis" (3,3-4). Los tesalonicenses conocen los sufrimientos que Pablo ha experimentado personalmente, pero también la fuerza que ha demostrado al continuar su misión pastoral. No obstante, Pablo está preocupado por la vida de la comunidad. Sabe que detrás de las persecuciones se esconde el "tentador", el príncipe de la división y del mal; y conoce su poder. El amor premuroso por la joven comunidad no le tranquiliza. Tiene miedo de que los cristianos de Tesalónica puedan ceder a las tentaciones propias de los tiempos finales. Y no quiere que sus esfuerzos, en los que se manifiesta la obra de Dios, sean en vano.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.