ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 14 de junio

Salmo responsorial

Psaume 77 (78), 40-72

¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto,
le irritaron en aquellas soledades!

Otra vez a tentar a Dios volvían,
a exasperar al Santo de Israel;

no se acordaron de su mano,
del día en que les libró del adversario;

cuando hizo en Egipto sus señales,
en el campo de Tanis sus prodigios.

Trocó en sangre sus ríos
y sus arroyos para que no bebiesen.

Tábanos les mandó que los comieron,
y ranas que los infestaron;

entregó a la langosta sus cosechas,
el fruto de su afán al saltamontes;

asoló con granizo sus viñedos,
y con la helada sus sicómoros;

entregó sus ganados al pedrisco
y a los rayos sus rebaños.

Lanzó contra ellos el fuego de su cólera,
indignación, enojo y destrucción,
tropel de mensajeros de desgracias;

libre curso dio a su ira.
No preservó sus almas de la muerte,
a la peste sus vidas entregó;

hirió en Egipto a todo primogénito,
las primicias de la raza en las tiendas de Cam.

Y sacó a su pueblo como ovejas,
cual rebaño los guió por el desierto;

los guió en seguro, sin temor,
mientras el mar cubrió a sus enemigos;

los llevó a su término santo,
a este monte que su diestra conquistó;

arrojó a las naciones ante ellos;
a cordel les asignó una heredad,
y estableció en sus tiendas las tribus de Israel.

Pero ellos le tentaron, se rebelaron contra el Dios Altísimo,
se negaron a guardar sus dictámenes,

se extraviaron, infieles, lo mismo que sus padres,
se torcieron igual que un arco indócil:

le irritaron con sus altos,
con sus ídolos excitaron sus celos.

Dios lo oyó y se enfureció,
desechó totalmente a Israel;

abandonó la morada de Silo,
la tienda en que habitaba entre los hombres.

Mandó su fuerza al cautiverio,
a manos del adversario su esplendor;

entregó su pueblo a la espada,
contra su heredad se enfureció.

El fuego devoró a sus jóvenes,
no hubo canto nupcial para sus vírgenes;

sus sacerdotes cayeron a cuchillo,
sus viudas no entonaron lamentos.

Entonces despertó el Señor como un durmiente,
como un bravo vencido por el vino;

hirió a sus adversarios en la espalda,
les infligió un oprobio eterno.

Desechó la tienda de José,
y no eligió a la tribu de Efraím;

mas eligió a la tribu de Judá,
el monte Sión al cual amaba.

Construyó como las alturas del cielo su santuario,
como la tierra que fundó por siempre.

Y eligió a David su servidor,
le sacó de los apriscos del rebaño,

le trajo de detrás de las ovejas,
para pastorear a su pueblo Jacob,
y a Israel, su heredad.

El los pastoreaba con corazón perfecto,
y con mano diestra los guiaba.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.