ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 15 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Tesalonicenses 3,1-5

Finalmente, hermanos, orad por nosotros para que la Palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria, como entre vosotros, y para que nos veamos libres de los hombres perversos y malignos; porque la fe no es de todos. Fiel es el Señor; él os afianzará y os guardará del Maligno. En cuanto a vosotros tenemos plena confianza en el Señor de que cumplís y cumpliréis cuanto os mandamos. Que el Señor guíe vuestros corazones hacia el amor de Dios y la tenacidad de Cristo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo pide a los tesalonicenses que oren por él con una intención concreta: "para que la palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria". Pablo espera que el Evangelio continúe recorriendo los caminos del mundo sin ningún freno ni bloqueo. Por eso hace falta la oración común. El Señor continúa guiando a su Iglesia. Y a través de la oración común toda la comunidad toma parte en la misión apostólica que Jesús confió a sus discípulos. La Palabra no es de los apóstoles, sino de Jesucristo mismo que habla a través de ellos. Más que poseer ellos la Palabra, son los discípulos, los que son poseídos por ella. Pueden ser perseguidos y encarcelados, pero la Palabra debe proseguir su camino. Y Pablo lo ha vivido: por el Evangelio "estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada" (2 Tm 2,9). Grandes son las tareas que le esperan: ante sus ojos se encuentra Europa. Y la Palabra de Dios debe continuar su curso. La Palabra recorre como un fuego toda la tierra para llegar al corazón de los hombres y transformarlos. Quien lo acoge se hace discípulo de Jesús. El apóstol sabe que la predicación choca también contra el rechazo de quien no quiere acogerla. "La fe no es de todos", dice Pablo. El amor, efectivamente, no se puede imponer. Y la predicación siempre es una petición de amor dirigida a cada uno de nosotros. Cada uno es invitado a abrirse al amor de Dios y a corresponderle, sabiendo, de todos modos, que aunque los hombres sean infieles, Dios siempre es fiel. A aquellos que escuchan les tiende su mano fuerte para que se salven del mal: "Él os afianzará y os guardará del Maligno". El amor de Dios es nuestra seguridad y nuestra fuerza.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.